A veces, cuando alguien me dice que no ha leído nunca tal o cual libro o autor, le contesto eso de ¡Qué suerte tienes! ¡Tanta maravilla por delante por descubrir! Pues bien, desde que tengo El Bicho he empezado a decírmelo a mí mismo. Ya os hablé de mi provinciana, paleta e infantil preferencia por la literatura anglosajona. Ante dos libros, uno yanki y otro español, y la posibilidad de comprar sólo uno, siempre he elegido el yanki. Esto quiere decir -aparte de que soy bastante tonto- que estoy en una posición envidiable: ¡Tanta maravilla por delante!

En un intento de pagar mi deuda con la literatura hispánica, me encontré por esas internetes de dios a una autora de Albacete, de Almansa para ser más exactos doña Alicia Giménez Bartlett. Descubrí después que su pluma es la madre de un personaje que me sonaba de la tele, la inspectora Petra Delicado, de la que nunca he visto ningún capítulo, por cierto, pero pensé que si alguien ha decidido invertir dinero para sacarla por la tele, por algo será… y ahí empezó mi maravilla.

Tiene la señora Giménez Bartlett un humor inteligente que casa muy bien conmigo, una manera de plasmar la rutina policial que debe ser muy parecida a la realidad y una forma de acercarse, sin mezclarse, a la novela negra, que le da el tono perfecto de Novela Policiaca. A esto le sumas que es capaz de provocar ese decirte a tí mismo «…no si al final va a ser fulano el asesino» y hacerte sustituir el nombre de fulano por mengano treinta páginas después, que es la esencia de la novela policiaca… delicatessen legible, oiga.

Desde la primera página (¿pantalla?) me enganchó el personaje y me leí enteritas la más o menos trescientas páginas (no sé cuantas pantallas) de «Ritos de muerte», el primer libro de la serie -va por el octavo- en dos sentadas. Y como me he marcado la norma de no contar nada sobre el argumento, pues sólo os diré que hacía mucho tiempo que no leía unos personajes tan depurados y realistas como el de Petra Delicado y Fermín Garzón, su compañero, que es un placer encontrar a alguien que domina de verdad nuestro idioma (con todo el respeto del mundo por los traductores, que hacen lo que pueden).

Destacaré para terminar esta caótica reseña que el tono de novela negra que comentaba antes es el perfecto para la ese paseo por los barrios obreros de Barcelona, teñido de amargura, impotencia y un pelín de denuncia social, a la que se ve empujada la protagonista.

La novela ya tiene un porrón de años (1996) y resulta un tanto ridículo el reseñarlo a éstas alturas como novedad, pero para mí lo es y como tal os lo cuento.

Leedla, os gustará.