Los niños, esos pequeños monstruos
Los hijos te cambian la vida. Es la verdad de perogrullo, pero es algo que hay que vivir para entenderlo, y no estoy hablando de cambiar pañales ni alterar horarios. Estoy hablando de como te vives a tí mismo antes y después de ser padre.
El hecho es que ser padre te cambia la vida. Descubres cosas sobre tí que nunca hubieses soñado tener en tu interior: Reservas de paciencia, de compasión de ternura, de (¿por qué negarlo?) violencia…; habilidades para comunicarte sin palabras, para conseguir hacer aparecer una sonrisa, para poner cara de imbécil, para hacer un biberón, para manchar toda una habitación con un sólo pañal de 30 cm…
Sí. Un nuevo mundo se abre en tu interior al ser padre y lo maravilloso (y terrible, según se mire), es que es un mundo que no es estático. Más aún, es un mundo que no te deja en paz. Ni un momento de respiro. Esos pequeños monstruos no dejan de crecer más deprisa de lo que tú eres capaz de asimilar. Apenas has comentado a tus amistades el maravilloso «ajo» que ha dicho, cuando él ya dice «Papá» y «Mamá». Y cuando se lo vas a comentar a tus amistades, resulta que ya dicen «dame» y «mío», y cuando les vás a decir que no, que no es suyo solo, ellos te ponen bajo la nariz una ecuación de segundo grado y te miran con ojos atentos y esperanzados y..amigo mío ¿qué haces entonces?
En casa tengo tres monstruos de éstos. En 14 años que empezaron a llenar mi vida he tenido que aprender a ser sicólogo, juez, verdugo, padre, indio, caballo (¡ugh!), guía de boy-scouts, pediatra, cirujano menor, amigo, ciclero, fabricante de juguetes, veterinario… y un largo etc. de roles a los que no me habría enfrentado de ninguna otra forma. Los hijos te cambian la vida. Mejor dicho: hacen de tu vida un cambio continuo. Sus demandas cambian día a día y, compañero, más te vale estar atento porque si no, cuando tú vas ellos ya vuelven. Cuando tú apareces con la pistola y vestido de rey mago, ellos te miran desde la altura del monopoly y te dicen «¡Papá… !» con un tonillo entre el desencanto, el cariño y el desprecio. Y cuando tú llegas con el último juego de mesa, ellos te miran desde su juego de rol (del que no tienes ni puta idea de cómo se juega), menean la cabeza y te invitan a jugar con ellos y… ¿cómo decir que sí sin quedar como un imbécil a medio juego? ¿cómo decir que no sin quedar como un adulto aburrido y egoísta?
… y cuando te has releído «El señor de los Anillos» y las novelas completas de Conan el Bárbaro para hacer frente a los juegos de rol, ellos te miran desde su moto con una chica en el asiento de atrás y una sonrisa de «¡Ay, viejito…!» en la que adivinas el mismo tipo de cariño que uno le pone al juguete desechado, compañero de juegos en la infancia, pero ampliamente sobrepasado y ligeramente deteriorado…
Durante la crianza de los hijos echas de menos la tranquilidad que antes disfrutabas. A veces te encuentras esperando el día en que dicha tranquilidad vuelva, pero al mismo tiempo… ¿cómo enfrentar el silencio que dejarán? ¿a qué sonarán tus pasos en las habitaciones que han sido suyas? ¿cómo vivirás en una casa donde no haya juguetes en medio del pasillo ni lápices por todas partes?
Cuando tus hijos se vayan… ¿cómo llenar ese vacío en lo cotidiano?
Lo único que sé es que entonces la gran protagonista será, seguirá siendo, ella. Cuando se nos pase la gran borrachera de la paternidad tendremos que apoyarnos el uno al otro para superar la resaca y, aún más allá, cuando seamos viejos, para compartir, disfrutar y soportar los recuerdos.
Ella es la receta y la cura para llenar todos los vacíos. Sólo espero no tener nunca que enfrentar el vacío que me dejaría ella.
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