El Coche
Todos los matrimonios necesitan una organización de pareja. Ya sabéis a qué me refiero: Tú friegas, yo hago la cama. Tú cocinas, yo barro, etc. Es un rollo serio, no vayamos a equivocarnos. Muchas parejas fracasan y terminan por no saber organizarse de alguna manera. Bien. Hasta aquí todo bien. Nosotros no somos distintos, después de 17 años de casados hemos aprendido cuál es el lugar de cada uno y hasta dónde puede cada uno estirar del hilo sin que haya problemas. No es muy difícil, es cosa de buena voluntad y perspectiva temporal.
En nuestro caso yo trabajo fuera y ella es el Ama de casa (nótese la mayúscula). A nivel económico ésto se traduce así: yo gano el dinero y ni lo huelo y ella se encarga de gastarlo. En lo cotidiano la cosa suele funcionar. Ya me guardaré muy mucho de criticar sus decisiones o de cuestionar sus gastos. Todo lo que ella hace es correcto por principio y si no lo fuese… pues eso, que lo es.
A pesar de todo esto hay cosas que, por no entrar en la esfera de lo cotidiano, de una forma más o menos implícitas se dan por sobreentendidas. Por ejemplo: yo trabajo, pero no puedo decidir cambiar de trabajo o de horario sin que los dos estemos de acuerdo (No es que quiera cambiar, claro, es sólo un suponer (esta aclaración la aclaro por si ella se decide a leer ésto alguna vez)). Ella gasta el dinero, pero no puede aumentar la carga de deuda de la familia sin que estemos los dos de acuerdo… y cosas así.
O al menos así había sido hasta ahora.
El otro día, en aras de un ahorro necesario para el bien de la familia (bonita forma de decir que estamos sin un duro), sugiero que debería comprarme una cafetera eléctrica para tener en la oficina, y así pasar de baretos, que al cabo del mes es un pico, mire usted. «Me parece bien», contesta ella con aire distraído mientras arrincona con la mirada al pobre camarero contra la cafetera por haberle puesto el cortado demasiado caliente. «Últimamente estás gastando demasiado comiendo fuera», añade.
Yo me muerdo la lengua en castigo por haberle dado pie reconociendo el gasto, pero no me desanimo. Al fin y al cabo no ha dicho «No» ni me ha echado La Mirada (ya sabéis esa que les enseñan a todas en algún momento entre el «Sí quiero» y el «¿Dónde crees que vas?»). Sonrío mi mejor sonrisa y, esperanzado, arriesgo: «Ahora después vamos y la compramos ¿Eh?»
BEEEEEENNNNNGGGG ¡ERROR! Aparece La Mirada y yo me hundo en el taburete. «¿Esta tarde, dices?». La frase parece salir directamente de su ceja izquierda ligeramente arqueada.
«Siempre que no tengas otros planes, claro, ….cariño.» digo rápidamente, añadiendo el cariño un poquitín demasiado tarde.
«¿Tú sabes cómo llevamos el mes?» Me pregunta, sabiendo perfectamente que no lo puedo saber de ninguna de las maneras.
«… Bueno …», consigo balbucear, «… Si ahora no es momento, pues me avisas cuando lo sea, ¿De acuerdo?».
Ella asiente con una mezcla de energía y displicencia a la que nada se puede oponer mientras vuelve a clavar al camarero, que intentaba pasar frente a ella como si nada, contra el calientaleches.
Hasta aquí nada fuera de lo normal. Yo asumo que la inversión en el ramo de la hostelería en forma de Cafetera-Desequilibrante-de-Presupuestos-Mensuales es un asunto de esos que mencionaba arriba, de los que hay que tratar entre los dos y con cuidado, chico, con cuidado.
Al día siguiente me pasan un aviso en el trabajo: «Que llames a tu mujer cuando puedas». No detecto el tonillo ese de «Te la has cargado, macho», pero el tonillo está ahí cuidadosamente ausente por omisión. Rápidamente telefoneo a casa preguntándome que habré hecho ahora y oigo su voz sorprendenteme alegre: «Cariñoooo, ¿cómo estás ,cielo?»
Conozco ese tono de voz. Sólo me queda averiguar cuánto me va a costar. Su voz continúa:
«¿A que no adivinas qué he hecho?» pregunta en el tono que los adultos rígidos utilizan para dirigirse a los niños retrasados.
«No, pero adivino el susto que me vas a dar» casi digo. «No, ¿qué?» digo en realidad.
«Me he comprado un coche ¿qué te parece?» dice en un tono que sugiere que cualquier cosa que no sea una caída en éxtasis de agradecimiento y entusiasmo no será bien recibida.
«Ah… Oh… Fantástico» consigo tartamudear mientras cientos de cafeteras una encima de la otra parecen caer sobre mí con un estruendoso y burlón estrépito….
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