Hay dos formas de empezar un matrimonio, aquellos que comienzan teniendo todo desde el principio, lo que se puede llamar novios de escaparate (Ya sabéis a qué me refiero, el piso comprado, totalmente amueblado, el coche, la cadena de música, el vídeo, el ordenador, un convite con 400 invitados y dinero para un viaje de ensueño…) y aquellos que comienzan teniendo pareja… y poco más.
Nosotros somos de los segundos.
Cuando nos casamos teníamos un piso alquilado, un sofá, una cama y trabajo para cuatro meses. Nos regalaron una tele y un frigorífico en la boda y eso fué todo. De viaje de novios nada (mejor dicho, casi nada, pero eso a lo mejor lo cuento en otra ocasión). Comíamos sentados en el suelo apoyando el plato en un pequeño taburete y viendo la tele que estaba a nuestro nivel, es decir, en el suelo.
Era fantástico, respirábamos continuamente aires de amanecer, de poder hacer con nuestra vida cualquier cosa, de que todo estaba por llegar y todo lo que llegaba era un descubrimiento absoluto…
Claro que no todo era color de rosa. Estaba, por ejemplo, el tener que sufrir los primeros pinitos como cocinera de mi flamante mujercita (¡Todavía sueño con aquél puré de verduras!), el tema laboral, etc. Pero cuando tienes veintipoquísimos todo eso no parece importar demasiado…
La cuestión es que el entorno familiar se fué creando poco a poco, de forma paulatina y, por qué negarlo, caótica. Así llegábamos a cambiar tres veces de sofá sin haber puesto ni una lámpara y cosas por el estilo.
Entretanto llegaron los niños uno tras otro y entre lo que rompían y deterioraban ellos, lo que se cambiaba, con motivo o sin él, y lo que iba apareciendo nuevo por la casa (¡Cariño! ¿A que no sabes lo que he comprado…?), tuvimos que acuñar el concepto de casa viva. Que por un lado implica que una casa es un reflejo casi viviente de los que la habitan y por otro, me temo, el que la casa tiene vida propia y tú te conviertes en espectador asombrado de lo que te rodea…
Finalmente todo parecía estar en su sitio. Habían pasado 11 años y ya teníamos una casa que reflejaba lo que éramos, unos hijos acomodados en sus habitaciones, lámparas y el tercer juego de sofás…
Y entonces nos mudamos.
Y nos mudamos con prisas.
La nueva casa, un chalét, era y sigue siendo casi el doble de grande que el piso anterior. Y los muebles que pegan en un piso no pegan en un chalé, cosa que nunca he entendido. Claro que aquí entran abstrusos conceptos cabalísticos como rústico, provenzal, sufrido y un montón más que nunca entenderé, me temo. Y vuelta a comenzar…
Para que os hagáis una idea, cuando nos fuimos a vivir al chalét no había agua corriente, ni cuarto de baño (¡Un maldito y Apestoso cubo hacía las veces…! (nótese la mayúscula), ni cocina… ya os digo que nos mudamos con prisas…
En fin, repito, vuelta a empezar. Sólo que ahora no tenemos veintipocos y la ilusión que te (léase me) domina no es la de crearte una vida propia, sino la de pillar el sofá para el fin de semana…
Desde el segundo principio han pasado ocho años. En ese tiempo la casa se he terminado de construir, se ha pintado, reformado y vuelto a pintar, ampliado y dividido, puesto calefacción, puertas de roble, un segundo cuarto de baño y dobles ventanas. El jardín se ha remodelado, al menos, tres veces y, por supuesto los muebles se han ido cambiando.
Unas veces entre los dos, como cuando fuimos al AKI y adquirimos estanterías para poner mis libros, que los tenía guardados en cajas de cartón y así no hay quien encuentre nada.
Otras veces por sorpresa, como cuando volví a casa después de un viaje, a las cuatro de la mañana y me encontré las mesitas de noche sustituídas por escaleras de tres peldaños plegables… ( Lo juro)
Otras veces eran reformados/restaurados por profesionales, como cuando nos retapizaron las sillas Luis XV ( no me preguntéis dónde encaja lo de rústico, por favor, al fin y al cabo Versalles también está en el campo… creo) que habíamos heredado de mi abuela.
O por nosotros mismos, como cuando mi mujer barnizó las estanterías del AKI sin quitar los libros y desde entonces todos mis libros tienen dos rayas paralelas de barniz marrón en uno de los cantos…
Todo normal y sin problemas. Hasta que llegó el momento de cambiar las habitaciones de los niños.
«Los niños han crecido y las habitaciones que tienen no son propias de su edad» -me dice un día durante la comida.
Yo, que en aquél momento intentaba no abrasarme la lengua con una patata, no tuve más remedio que devolverla al plato para preguntar: «¿Por qué? Todavía caben en las camas ¿No es verdad, niños?» y los miro para que lo corroboren.
Los muy traidores se hacen los locos intuyendo que de aquello van a sacar tajada.
«Además, ¿ No habíamos quedado que después del nuevo cuarto de baño no ibamos a hacer nada más en, al menos, dos años?» Añado mirándola fijamente, con la mirada del que sabe la justicia de su parte.
«Te has manchado la camisa con la patata. ¡Menudo guarro estás hecho!» me responde. Y mientras yo me miro la camisa añade. «Ésto no es una reforma, es una necesidad». Y cuando levanto la cabeza y abro la boca para rebatir la sutileza linguística añade: «Vamos a ir a muebles Lola, que tienen compactos».
«¿Compactos? ¿Compactos? ¿ Y qué coño son compactos?» pienso, pero no digo. Para mí un compacto es una cadena musical que viene de una pieza. No entiendo lo que me dice ¿Le quiere poner a cada niño una cadena en su dormitorio? Imágenes de cacofonías terribles pasan por mi cabeza ( los gustos musicales de mis hijos son, digamos, dispares). Presumo que bajo esa palabra se esconde algo más terrible y, seguro, más caro. Pero antes de que pueda objetar nada ella continúa implacable: «Tu hermana tiene compactos. Así que no te puedes quejar».
Su lógica, como siempre, me descoloca. Mi cuñado es un forofo de la Alta Fidelidad que tiene un equipo de música que parece el panel de mandos del Challenger. De todas formas no consigo seguir su razonamiento: ¿Mi hermana? ¿Quejarme?…
Finalmente me entero que compactos son los muebles que están todos juntos, como si fuesen uno. Ideal para habitaciones pequeñas. Pero, oiga, si algo tienen las habitaciones de nuestros hijos es que son grandes… En fin, no os aburro, supongo que ya sabéis lo que son compactos.
Sea como sea, allí me tenéis: en Muebles Lola. Un inmenso almacén en el que se han gastado como 500 pesetas (ya sabéis 3 Euros) en decoración. Los ladrillos crudos, columnas, bloques de cemento, tuberías, etc etc han sido pintados de blanco con una pistola y el suelo, pues eso, cemento crudo y nada más. Pero hay que reconocer que es barato. Previamente ella, muy sicóloga de maridos, me lleva a una tienda de diseño y pide un presupuesto «que tenga de todo». Sale a algo más de medio millón de pesetas (ya sabéis 3.000 y pico Euros) por habitación. Cuando se me calmaron los temblores y sudores me llevó a Muebles Lola.
El mueblero insiste en, antes que nada, ir a casa y medir las habitaciones. Yo creo que para medir nuestro poder adquisitivo. Y seguro que el hombre es ahorrador como yo, porque tras haber medido nos da un presupuesto de 80 mil pesetas por habitación ( ya sabéis 480 Euros). Yo estaba entusiamado: de medio millón (3000 Euros) a 80.000 pesetas (480 Euros). ¡Fantastico!
Ella, por su parte estába desorientada. Tenía en mente gastarse unas 300.000 pesetas (1.803 Euros) y aquello de que le cobrasen la mitad la mosqueaba mucho. Pero ella había visto los muebles y le parecían bien…
Volvimos a casa. Yo con una gran sonrisa. Ella pensativa. Mi mujer tiene una forma pública de pensar. Me explico, cuando algo le ronda la cabeza necesita contarlo una y otra vez a todo aquél que cae en sus manos. Al final decide lo que le da la gana. Pero si no lo cuenta revienta. En el coche iba extrañamente callada. Yo intentaba darle seguridad sobre la decisión tomada «Es fantástico», arguía, «con lo que sobra podemos hacer ésto y lo otro que querías hacer…» etc. etc. Pero ella seguía callada. En cuanto llegamos comenzó una ronda de llamadas telefónicas a amigas, hermanas (suyas y mías), etc. etc.
Era sábado. Todo el fin de semana transcurrió en esa tónica. El Lunes, sin decirme nada, se marchó ella sola a muebles Lola y cambió todo el pedido de muebles por otro más caro que se ajustase a las 300.00 pesetas (1.803 Euros) que tenía pensado gastar desde el principio….
Hasta aquí todo normal. Como ya la conocéis, lo sabéis, todo normal. El problema llegó cuando me enseñó los planos de las habitaciones que le había dibujado el mueblero, con extraña habilidad. Todo estaba… compacto, alrededor de dos de las cuatro paredes de las habitaciones con unas hermosas encimeras debajo de las ventanas… ¡¿Debajo de las ventanas?! ¡Ah, no! por ahí no paso. No me puedo contener y exploto:
«¡Pero así no puede ser!», exclamo, «las encimeras no pueden ir bajo las ventanas. No podrás abrir las ventanas con las pantallas de los ordenadores. Además las pantallas no pueden estar a contraluz, que es fatal para los ojos. Y debajo de las ventanas están los radiadores. Si bloqueas el flujo de aire el radiador no trabaja bien. ¿Te dice algo la palabra convección? Además, ¿quién aguanta estudiar en una mesa que desprende calor como para asar un pollo? Van a sudar y agobiarse de manera espantosa. Por otra parte, con el calor se reseca y comba la madera y…»
«No digas tonterías», responde con absoluta seguridad, «así tendrán más luz para estudiar.»
«Pero si los niños estudian por la tarde y en invierno, que ya es de noche.», insisto.
«Todo el mundo lo tiene así y basta». Dice cortante danto el tema por terminado.
La discusión siguió, pero no conseguí cambiar su opinión. Sus amigas habían puesto las encimeras bajo las ventanas y ella también. Como pírrica victoria, para salvar el honor, le conseguí sacar la posibilidad de hacer un recorte en las encimeras para que, en invierno se pudiese dejar el radiador libre y que los niños no se nos asen. (Aunque el mueblero me miró como si estuviese loco cuando le dije que quería quitarle un trozo a sus hermosas encimeras…).
Han pasado seis meses y todos mis temores y predicciones se han cumplido. Ahora mismo estoy escribiendo en una pantalla a contraluz, con la ventana cerrada siendo de día. He conseguido que admita que se equivocó (aunque creo que eso lo pagaré muy caro tarde o temprano…) pero así y todo no consiente en cambiar de sitio los muebles, tan sólo «Vamos a añadir aquí otro pedazo de encimera haciendo una graciosa curva y de paso compramos unas estanterías haciendo juego aquí y….» Todo está ya decidido en su cabeza. Lo cual quiere decir que tarde o temprano se hará realidad en las habitaciones…
Y tened seguras dos cosas:
Cuando llege el momento me costará más que el ahorro original de la diferencia de precios… (ya sabéis, más Euros de los que sé contar.)
Al final tendremos dos habitaciones preciosas.