Este año en mi cumple me he mercado un e-book. Los que me conocéis sabéis que toda mi vida he sido y sigo siendo, lector. En mi infancia de tebeos y luego de libros. Toda mi vida. Tengo la casa llena de libros, las habitaciones de los niños, la mía, el salón, el pasillo… He comprado y tirado más libros en mi vida que nadie que yo conozca (sí, los he tirado, no me miréis así, que no siempre me gusta lo que compro y hay muchas cosas que no deberían haber sido publicadas nunca).

Esto último os dará una pista: soy lector pero no soy bibliófilo. Los libros como objetos no me interesan demasiado. Son grandes y polvorientos. Muchas veces ocupan demasiado sitio en tu casa para la poca huella que dejaron en tu mente… o, al revés, muchos son demasiado viejos, amarillentos e ilegibles, para los maravillosos mundos que contienen.

Hace un par de años estuve tentando el mercado de libros electrónicos, pero no era el momento. Ni se veían muy bien, ni había oferta suficiente. Ahora las cosas han cambiado. Estas navidades tuve en mis manos uno que Papá Noel había traído a mi hermana. Me gustó. Me gustó mucho. Al día siguiente fuí y me compré uno.

Confieso que no estaba realmente convencido, de comprarlo sí pero ¿y la experiencia de leer en él? En los días siguientes me dediqué a buscar en «la nube» libros electrónicos -mucho más baratos que los de papel-, programas de conversión de tipos de formato. Una vez que tuve un par de archivos en mi nuevo libro -bautizado inmediatamente como «El Bicho», que eso de e-book es una horterada y lo de «libro» a secas demasiado confuso-, me dediqué a leer.

Estas navidades han sido muy ricas en contacto humano, como casi todas. La casa llena de gente, fiestas, comidas, cenas, etc. Con mi mujer haciendo turnos dobles, el peso de ser amo de casa caía sobre mí, todo el día cocinando, limpiando, comprando, etc… Sin embargo, las tardes eran mías. Todo el mundo se pira de casa por la tarde. Un bendito silencio subrayado por algún ladrido ocasional de los perros al vecino, se apodera de todo y es entonces cuando me siento a leer. Enciendo la estufa, perdón, chimenea, para que los crujidos de los leños ardiendo rellenen los rincones del salón. La lámpara de pie, justo encima del ángulo del sofá donde me siento entre un montón de almohadones y arropado con una pequeña manta, derrama una luz dorada sobre mí y sobre la gata que se acomoda en mi regazo. Una taza de té al alcance de la mano y «El Bicho» como única compañía.

Los primeros momentos son de exploración. Cómo sujetarlo, qué gesto de la mano es el más económico y cómodo para pasar las hojas, etc. Pero en seguida todo eso queda en segundo plano y el libro que estoy leyendo me absorbe. La lectura se apodera de mí, como tantas veces. La chimenea queda reducida a unas brasas, el té se enfría a medio beber, el gato y la casa se hacen difusos y lejanos mientras yo recorro los mares crepusculares del Invernáculo de Brian W. Aldiss o escarbo viejos huesos junto a la Doctora Brennan de Kathy Reichs.

El placer de leer, siempre nuevo, siempre fresco, es el mismo con «El Bicho» que con el papel. Mejor incluso, por cuanto no hay que soportar peso (el penúltimo libro que leí en papel «El temor de un hombre sabio» tenía más de 1.000 páginas y precisaba un cojín debajo si no querías terminar con agujetas en el pulgar de sujetarlo).

No es un dispositivo perfecto, nada lo es. Pero supera en muchas cosas al papel. En un principio, cuando empezaba a conocerlo, me preguntaba: si lleva un reloj y un calendario para ordenar los libros por fecha ¿por qué no lo ponen para que pueda ver la hora? Si lleva una wifi y puedo conectar a la red local ¿por qué no puedo cargar y descargar archivos con ella? Si lleva una entrada de auriculares y la posibilidad de oir música ¿por qué lleva tan poca memoria y no puedo descargar la música por internet?, etc. etc… Hasta que comprendes que no, que no es un ordenador, que es un libro. Que es para leer tranquilo, sin relojes, sin descargas, sin facebook, sin alarmas. Sólo leer. Tal vez algo de musiquita suave, si el entorno no es propicio, pero para leer, sólo leer. En ese sentido su simpleza me encanta. No tiene colorines, pero no le hacen ninguna falta. Tiene una nitidez perfecta en la letra y no se necesita más para adentrarte en las mentes y los mundos que los escritores han creado para tí.

A los pocos días recibí en casa, como regalo de mi hijo, una funda de cuero preciosa. Ahora es, además, agradable al tacto y con ese olor de cuero nuevo que siempre me ha encantado. Se ha convertido en mi compañero inseparable mientras estoy en casa. Si estoy sentado lo tengo en la mano, bien para leer como actividad principal, bien para leer mientras me bombardean con anuncios en la tele, o símplemente por el consuelo de tenerlo y sujetarlo. Ese rol siempre lo ha desempeñado un libro, siempre con un libro en las manos, y casi puedo sentir la envidia que proyectan hacia mí y hacia El Bicho todos esos polvorientos volúmenes destronados desde las estanterías…

Por tanto, aunque no puedo dejar de sentir cierta nostalgia, puedo declarar que el libro de papel ha quedado obsoleto para mí. No más árboles cortados, gracias. No más contaminación de las papeleras y sus blanqueantes, gracias. Un archivito epub o un pdf y todo es tan mágico como antes. Mi bolsillo lo agradecerá. El planeta también, al menos me gusta creerlo así.