37-años-pasados-300x211Ayer te ví por primera vez desde aquél verano de 1978 en que me rompiste el corazón. 37 años han pasado. Me encontraba en el supermercado junto a la oficina donde suelo comprar un poco de fiambre y queso para almorzar. Me dirigía ya a la caja cuando tú has entrado.

“Se parece a M.A.”, he pensado dudando si la mujer madura que miraba eras tú o no. Entonces me has visto y has desviado la mirada con cara de apuro. “¡Es ella!” Me he dirigido despacito a la cola de la caja y me he dedicado a mirarte desde ahí esperando mi turno. Has cogido no sé qué del expositor de yogures y te has puesto en la cola de la otra caja junto a la mía.

A partir de ahí, los dos hemos iniciado un baile de miradas muy cuidadoso. En ningún momento nos hemos mirado fijamente, pero nuestros ojos se han cruzado varias veces, muchas más de las permitidas entre dos desconocidos.

Me ha fascinado ver cómo te han tratado los años. He repasado a fuerza de vistazos cada uno de los rasgos de tu cara, tan amados en otros tiempos. He buscado en ellos aquella casi niña que tanto amé. Poco queda de ella. Sigues siendo tú, claro, pero tú ya no eres ella como yo ya no soy aquél casi niño que tanto te amó.

Lo que más me ha sorprendido es que, fuera de la incomodidad del momento y de la curiosidad inevitable, no he sentido nada.

Verás:

Todavía no puedo decir tu nombre en voz alta -si viene al caso digo “mi primera novia” o “mi primera novieta” pero nunca tu nombre- como si alguna herida se fuese a reabrir al invocarte. Todavía sueño, de vez en cuando, contigo. Todavía esos sueños me reviven sentimientos. Hay veces que incluso me hacen sentir por un momento, ese momento difuso en que aún no estás despierto del todo y lo soñado sigue teniendo substancia, que mi vida ha sido una falsedad, un premio de consolación ante la pérdida de aquella otra vida que se adivinaba entonces a tu lado.

via-muerta-300x168Por eso no estaba preparado para esa nada que he sentido al verte. Nada ha surgido en mí salvo aquello de “¡Cómo nos ha tratado a todos la vida!” o “Qué estropeado tiene el pelo… pero, mira, mantiene su buen gusto al vestir”. Ninguna emoción. Nada.

En las horas posteriores he rememorado cómo aprendimos a besarnos, he recordado cada detalle de tu cara y tu cuerpo tal como aún son en mi memoria buscando algún átomo de emoción; incluso, ya ves, me he sentado a escribir esto… pero todo ha sido nada más que una manera de luchar contra el asombro ante ese vacío que otra cosa.

Cuando ha llegado mi turno, he pagado a la cajera, he cogido mi bolsa y me he marchado sin mirar atrás.