En la vida, como en la moto…

Es aterradora la cantidad de razones que hay para no montar en moto. Muchos de mis bienintencionados y amantes familiares y amigos no dejan de buscar más y más y de recordármelas todas en cuanto tienen ocasión.
Tienen razón. No puedo anteponer ninguna razón en contra de las suyas. Montar en moto no es razonable. No es inteligente. Hay mil motivos para no hacerlo: El peligro, la incomodad, el frío, el calor, los mosquitos, el no poder hablar, la postura incómoda, lo caras que son, lo que consumen, el ruido que arman…etc. etc.

Montar en moto no es inteligente. Es algo que no deberíamos hacer nunca. Pero, compañero, si te pones a pensar un poco no hay razones para montar en moto pero… ¿qué razones hay para vivir? La muerte nos espera a todos con su gran absurdo a cuestas. Ante ella todo es absurdo ¿Hacer las cosas bien? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Por los demás? ¿Por nosotros? Al final todo será polvo cósmico flotando en el vacío. La vida es absurda, moho que ha salido en una pequeña bola de barro húmeda que gira en el espacio.
La vida es absurda, la moto es absurda y sin embargo vivimos… y montamos en moto.
Frente a tantas razones en contra de lo que hacemos los moteros, los seres humanos, sólo podemos anteponer una cosa: Un Impulso. Un impulso básico, animal, visceral, irracional, potente, irresistible. Un impulso que nos acompaña desde el primer aliento, desde el primer berrido con que llegamos al mundo, hasta el último suspiro, hasta el último pataleo de la agonía. Un impulso que nos mueve, nos motiva, nos empuja, nos forma, nos moldea de manera irresistible.
Los niños gritan a sus padres constantemente “Ahora yo”, “Mamá mira lo que hago”. Necesitamos ser y expresarnos. Porque sí. Vivimos porque no podemos hacer otra cosa. Lo necesitamos, lo queremos. Vivir por vivir, por necesidad.
El sexo, la agresividad, el amor, la amistad, la vida social, el trabajo, la cultura y, por supuesto, montar en moto, todo son manifestaciones –absurdas, perecederas, peligrosas, dolorosas, sin sentido- de ese impulso.Si lo bloqueamos en cualquier sentido nos sentiremos desgraciados. Si lo cabalgamos, si surfeamos en la cresta de esa ola potente que nos grita desde dentro “¡Vive!”, todo parece tener sentido y fluir sin esfuerzo.
¿Por qué la moto, pues? Porque es la metáfora perfecta de ese impulso que en el fondo somos.
Vivimos la vida igual que montamos en moto: por la pura necesidad, por la pura alegría de hacerlo.
¿Peligrosa? Sí ¿Incómoda? Sí. ¿Frío? Como para congelar los huevos a un pingüino ¿Calor? Como para cocer esos mismos huevos…. pero ¿y qué? Seguimos viviendo, seguimos montando en moto, seguimos mirando al frente.
En la vida, como en la moto, la mirada es la que nos guía. En tu moto cuando enfrentas una curva fija tu mirada en el final, en la salida. Acompaña con la mirada el impulso de tu moto, deja que ella canalice ese impulso y saldrás de la curva con una sonrisa en el rostro. Mira el guardarraíl, obsesiónate con él y a lo peor ni siquiera sales.
En tu vida mira fijamente los problemas que te surjan, obsesiónate con ellos y a lo peor no sales de ellos, a lo peor te acompañan el resto de tu vida, pero fija tu mirada en la salida, en la solución, en la dirección que ese impulso que llevas dentro te marca, fíjala con valentía y saldrás de ellos… y puede que también con una sonrisa inmensa.
No sé qué nombre tiene ese Impulso, no sé cómo llamarlo ¿Vida? ¿Instinto de supervivencia?… ¿Qué más da cómo lo llames? Sólo sé que la espuma que baila en la cresta de su ola se llama alegría.