Picao por esas carreteras de dios…
Os cuento:
Anteayer fui con MoteraConFlecos de paquete a ver las casas rurales de la quedada de las bodas de plata para ultimar detalles. Hacía mogollón que no me metía en curvas con la V-Strom… y no pude disfrutar como es debido, que con ella detrás no me atrevo (eso sin contar los pellizcos y golpes en el casco que me da cuando me paso, claro).
Además era el estreno de mis nuevos Dunlop, que no los había probado más que en ciudad y quería ver como iban en curvas y ya se sabe que al principio hay que ir con cuidadín, cuidadín.
Al llegar a casa mandé un SMS a mi colega de rulos Abbadón:
”Necesito curvitas”.
“Dime dónde y cuándo. Ya estás tardando.” Me contestó.
Quedamos en el bareto habitual a la hora habitual de ayer, sábado.
Hacía el día perfecto para montar en moto. Ni frío ni calor, ni aire ni humedad. La carretera seca, el sol radiante y el campo precioso. Hicimos unos 120 kilómetros de curvas adentrándonos en la sierra de Albacete. Almorzamos como colegas que somos, hablando de todo lo que vale la pena hablar, es decir, de motos y mujeres principalmente. Admiramos algunas motos y algunas mujeres que vimos pasar desde la terraza del bareto, cogimos las burras, yo mi V-Strom y Abbadón su SV (viva Suzuki), e iniciamos el regreso.
Para mí había sido un rulo genial. Al principio, como siempre ocurre, estás frío e inseguro y no me fiaba de las ruedas, pero, a medida que coges ritmo y las Dunlop te demuestran que son de fiar, tu cabeza se vacía, tu atención se agudiza, tu sonrisa se dispara en el casco y todo se reduce a la paz que produce ver el mundo inclinarse a un lado y otro frente al morro de tu moto.
La carretera genial, curvas enlazadas de esas que están marcadas a 50 y 70 y que con un poco de habilidad puedes pasar a 80 e incluso 100 sin arriesgar casi nada, y con el asfalto en perfectas condiciones.
Yo iba primero y dos curvas más delante pude ver una furgoneta negra brillante. Era una de ésas pick-up abiertas por detrás, a la americana, y llevaba una moto de motocross sujeta en la parte trasera. Nuestro ritmo era superior al suyo y en tres curvas más la alcanzamos.
El tío de la furgoneta se encontró los dos faros de la V-Strom pegados a su cola y, arrastrado por no sé qué yu-yu aceleró de repente, como queriendo perdernos.
Normalmente lo habría dejado ir con una sonrisa de “Anda, anda, machote, mira qué chulo eres”. Pero en ese momento el demoniete pegó un salto en mi hombro.
Ya os he hablado de él en alguna ocasión. (Ver el blog titulado «Límite 6.000»)  Es pequeñito, lleva un mono rojo y un casco Arai Réplica Doohan. Lo llevo sentadito en mi hombro izquierdo cuando voy en moto y normalmente se está calladito. El angelito custom que llevo en mi otro hombro lo suele tener controlado… casi siempre.
Pero al ver el salto hacia delante de la furgoneta se levanto sobre mi hombro agarrado con su mano derecha a la anilla metálica que lleva mi casco para colgarlo y comenzó a gritarme “¿Es que vas a dejar que se vaya?¿No ves que te está desafiando?¿Es que vas a dejar que piense que puede con vosotros?”. El angelito custom intentó decir algo, pero en ese momento un mosquito se le metió en la boca y sólo pudo empezar a toser.
Me volví a poner a su cola y el tío aceleró un poco más.
Sólo por hacer la prueba de si lo pillaba le apreté un poquito la oreja a la V-Strom. Seguimos así durante unos minutos, curva tras curva, hasta que una breve recta se abrió ante nosotros.
Nadie de frente.
Reconozco que estuve apuntito de pasarlo, pero cuando miré por el retrovisor vi que mi colega Abbadón se había quedado unos 500 metros atrás. En ese momento el angelito custom consiguió sacarse el ala de mosquito de la boca y dijo: “Si lo pasas vas a tener que seguir corriendo para que no te coma el culo y Abbadón se ha quedado atrás”.
Le di la razón, a pesar de la mirada de odio que le echó el demoniete.
Por tanto desistí de jugar al “A que no me pasas” que me proponía el de la furgo y yo le planteé el juego de “A que no me pierdes”.
El tío no era ningún fiera conduciendo. Aceleró un poco más y yo con él. Comenzó a pasarse en las curvas y a invadir el carril contrario. Yo seguí detrás de él. El angelito, agarrándose como podía al cuello de mi chupa me gritaba: “¡Esto ya no tiene gracia. El idiota ese se va a matar y tú con él!” Pero no tenía nada que hacer frente al demoniete que se limitaba a gritar: “¡Esooooooo, enséñale que no puede contigo!¡Haz que chille la moto que chilleeeeeeeee!” y reconozco (no me enorgullezco de ello, pero lo reconozco) que me era mucho más grato escucharlo a él que al custom plasta que siempre gana.
Después de tres casi salidas, el tío bajó un pelín el ritmo, pero continuó intentando dejarme atrás. Yo me limité a mantenerme detrás de él durante unos 10 o 15 kilómetros, hasta que las curvas se terminaron, momento en que aflojé la marcha y lo dejé ir. Correr en recta no tiene gracia. Esperé a Abbadón, que venía unos cientos de metros por detrás y en el primer Stop le comenté la jugada. “¿Has visto ese menda?” le pregunto. “Sí, ya he visto el pique, y te digo que no me ha molado mucho el jueguito” me contesta en una suave reprimenda.
El angelote se endereza sobre mi hombro, se estira muy dignamente su chupita de cuero y levanta orgulloso la mandíbula con las gafas de aviador aún ligeramente torcidas. “¿Ves?”, me dice. Hace una pausa ofendida y digna y añade: ”Capullo”.
Ahora les doy la razón. A Abbadón y al angelete. No es mi estilo participar en piques ni caer en riesgos innecesarios. Sin embargo no puedo dejar de sonreír al recordar la última frase del demoniete antes de volver a sentarse tranquilamente en mi hombro para echarse una siesta:
“Vale, vale, ¡pero moooola!…”