Hoy, 16 Diciembre, después de dos años perdido por esos mundos de dios, mi hijo vuelve a casa por navidad. Llegará mañana.
¿Es digno bailarle al gato en la cocina por ello?
Tengo que comprar turrón…
Tengo que cambiar los muebles de sitio para que quepa su cama.
Tengo que hacerle sitio en el armario para que deje su ropa.
Tengo que plantearme qué le voy a contar de este viejo y pisoteado país que lo va a recibir.
Tengo que animarlo, convencerlo de que alguien válido, joven, preparado y dispuesto tiene -tiene que tener- un sitio en algún rincón de la vieja piel de toro.
Tengo que poner un muelle en su puerta para que no entre el gato y le ataque la alergia.
Tengo que desear, no me queda otra, que lo que siempre lo ha motivado -la belleza, la poesía, lo que de bueno tienen las personas-, vuelva a ser valorado por encima del puto peso económico de las cosas.
Y tengo que desear que eso suceda deprisa, antes de que la podredumbre del dinero, o de su falta, se adueñe de su alma.
Tengo que animar a su generación a despertar y salirse de este juego amañado que mi generación a ayudado a construir…

…y no sé cómo hacerlo.