Nos amaba con esa sencillez sin dobleces con la que aman los perros. Nos entregaba todo lo que era, todo lo que sabía, todo lo que alcanzaba, sin quedarse nada, sin reserva alguna. Nos alegraba con esa alegría sin objeto que produce el que alguien se alegre de verte. Nos despedía con unos aullidos tristes, como si la separación lo desgarrara, cada vez que nos veía alejarnos por el camino…

Pancho
Los ojos de pancho

Tres años, toda una vida, con nosotros y para nosotros. No hay mucho más que contar ni hay culpas que buscar.

¿Qué podía saber él, pobrecito mío, de lo que había más allá de la verja?¿Cómo podía imaginar lo peligrosa que era la alegría con la que se saltaba la prohibición de salir?

Hoy, a la caída de los últimos rayos del sol del último día del verano, con un pico, una pala y un corazón mermado, en un rincón del jardín donde vivió toda su vida, he enterrado a mi perro.

-Descansa Pancho- es lo único que se me ha ocurrido decir mientras me alejaba de la tierra recién alisada, aunque sabía perfectamente que él no estaba, ni de lejos, cansado de vivir.