Curiosamente, mis piernas se ven como más musculosas y armoniosas patas arriba contra el blanco del techo. Las Asics blancas destacan contra mis morenos tobillos y los cuatriceps destacan nítidos bajo las musculosas rodillas. «Estoy buenísimo», me digo a mí mismo, hasta que bajo la mirada aúnmás y puedo ver los restos de mi panza subiendo y bajando, digo, adelante y atrás, buscando aire.

Patas arriba tal que así
¿Que qué coño hago patas arriba a los pies de la cama? Relajar las piernas, claro. Leí en un libro una vez que tal postura, a saber, apoyado en el cogote y los codos, con las manos en los riñones y los pies apuntando al techo, relajaba mucho las piernas al invertir el flujo sanguíneo. Ignoro si estoy relajándome, porque el sentimiento de estar haciendo el imbécil se superpone a todo.

Un pasito más en el camino del retorcimiento consiste en colocar las rodillas en el suelo más allá de la cabeza en una posición que se llama “El Arado”, se supone que te estira la espalda y te masajea el hígado y no sé qué más maravillas. ¿Lo intentamos? Doblo las piernas hacia mi cabeza e inclino el cuerpo hacia ¿delante? (No tengo claro qué es delante y qué detrás).

La espalda seguro que se está estirando, la hija de puta -que parece que tiene como objetivo en la vida estar contraída, a razón de los millones de ejercicios que hay para estirarla-, pero el pecho como que no está de acuerdo con ello. Ignoro si es el aún exceso de barrigueta o el haber nacido en Albacete y no tener ningún antepasado conocido de la india, pero el caso es que mi caja del pecho no tiene sitio en eso del arado y buscando una salida se comprime contra la tráquea y la cierra.

El Arado
El vaiven de la barriga se hace angustioso sin aire y siento como los ojos se me salen de las órbitas.

Que le den por culo al yoga y a los estiramientos. Esto me pasa por emocionarme con eso del cuerpo. Que digo yo que si con mi sesera actual no se me ocurre ponerme a descifrar al Erastóstenes ese, quién coño me manda emular al Swami Cajadegoma con mi cuerpo manchego de media curación.

Me limitaré a los caminos conocidos y a trompicones recorridos de toda la vida, a saber: Sentadillas, flexiones, abdominales y estiramientos elegantes, de esos que se pueden hacer en la punta del parque sin parecer más gilipollas que lo que ya pareces con tu chándal del Decatlón y una cinta de toalla en la cabeza.

A partir de ahí todo va bien. Mola. Ahora puedo hacer tres series de 10 flexiones sin grandes problemas. 20 sentadillas seguidas sin notar que dos lapones me muerden encima de las rodillas y cien abdominales seguidas. (Mis favoritas, que se hacen tumbadas, oiga.)

Todo esto después de haber corrido cuatro kilómetros, claro.

Estoy hecho un mulo, que decía el viejo cómico.

¿Es éste el Jorge de siempre?, os preguntaréis extrañados, ¿Ese cuerpo armonioso, esos músculos definididos, esos pellejos arrugados con tanto estilo? ¿Quién nunca ha oído que Jorge llevase una especie de correaje bajo las tetas, como si él mismo se estuviese sacando a pasear?

No soy yo, claro, pero una chica siempre sube la audiencia.
Pues sí. Soy yo. Bueno, lo que queda de mí, para ser exactos. Tranquilos que aún queda mucho. Veréis: Ahora que el-delgado-que-llevaba-dentro está en el gobierno y el-gordo-que-llevaba-fuera ha pasado a la oposición, es decir, ha pasado a ser el-gordo-comprimido-que-llevo-dentro, me encuentro que esto de estar buenísimo y guapísimo es como la economía consumista: No te puedes relajar, que en cuanto deja de crecer la has cagado.

Vale, De acuerdo. Fuera metáforas estúpidas. El hecho es que desde Abril no he adelgazado más. ¿Motivos? Muchos, variados y pequeños, pero que todos juntos se hacen fuertes y poderosos. A saber:

-El cansancio de tanta dieta y tanta dieta.
-El estar más delgadito y contento conmigo mismo,
-El permitirme “pecaditos” de vez en cuando.
-El permitirme “Pecadotes” de uvas a peras.
-La experimentación de recetas y la adición de nuevos alimentos…. dudosos.
-El aumento sin quererlo, lento pero sin pausa del tamaño de las raciones
-Etc. etc.

El tema es que desde Abril yo estaba feliz en mis 97-98 kilos. Pero desde el final del verano hacia aquí, sin querer y sin darme cuenta he pillado 3 kilillos, como quien no quiere la cosa.

Menos mal que uno tiene la bandera roja muy clara y gorda ¡Las tres cifras! Así, tras un par de “pecaditos” seguidos (En este caso cereales integrales con frutos secos, comidos como si fuesen pipas mientras leía un libro guay) me encuentro una mañanita (el viernes pasado) en la báscula el 101. Aterrador, amenazador, cargado de fracaso y capicúa, el hijoputa.

“No puede ser”, me digo. “No puedo retroceder ahora que tenía la guerra ganada”. Además en el horizonte se perfila la jodía Navidad. Este año será floja sin eso de la extra pero estad seguros que no va a ser en comida en lo que se ahorre en esta casa. El año pasado la vencí, la derroté, la destrocé y baile sobre sus trozos. Pero con la espiralcilla de indulgencia que he iniciado está empezando a reírse en el horizonte, la cabrona.

Dedico el Viernes a darle vueltas al asunto y tomo una decisión. Este fin de semana (17 y 18 de Noviembre) es navidad para mí, y a partir del Lunes inicio una salvaje dieta acompañada de un salvaje ponerme en forma. Ni juerga, ni salida, ni sarao, ni cumpleaños, ni navidad ni nochevieja. No hay excusa, no hay pretexto ni motivo, ni invitación, ni compromiso. Como el año pasado, pero con sudores.

Por la tarde fuimos al Mercadona, que tocaba compraca semanal y aprovechamos para proveernos de pecaditos para el finde, a saber: Turrón de chocolate, cereales con frutos secos y galletitas integrales -sí, de esas de comer sin manos-. Durante el finde comemos sin restricciones (tampoco es que haya sido una orgía, oiga) matando en el proceso todos los gusanitos que llevaba arrastrando desde hace tiempo.

Esta mañana vida nueva, decisión nueva, ánimo nuevo. Me voy a quitar diez kilos como Dios pintó a Perico.

El pingüino cabalga de nuevo.