Todos los gordos sabemos que hay que hacer ejercicio. Es fundamental, básico, sanísimo, buenísimo y, además, adelgaza. Eso es lo que dicen «ellos», los que no están gordos. Pero es incómodo, doloroso, caro y necesitas todo el tiempo del mundo para ello. Sin embargo hay que hacerlo. Por tanto uno se sienta en su sofá, bien almohadilladito con los cojines de tela y los propios de grasa y se pone a decidir qué deporte va a hacer.

¿Deportes de grupo? No, gracias, que a todas las penurias mencionadas se suman los inconvenientes de coordinar horarios, estar simpático y agradable en medio de tanto sufrimiento, encontrar compañeros de tu mismo nivel que quieran salir de sus sofás, etc. etc.

¿Gimnasio? Ni pensarlo, que está todo lleno de tíos cachas con tableta de chocolate frontal y miradas irónicas a tus temblequeantes michelines, sin contar lo que cuestan al mes, lo que tardas en aparcar para llegar a ellos, el tiempo de ir y de volver, las duchas colectivas, etc. etc.

¿Deportes de aventura? ¡Eeewww…! la aventura en sí ya es el deporte y te imaginas a la guardia civil buscando un helicóptero pesado para sacarte de un barranco o algo así.

¿Qué queda? Pues deportes solitarios, esos en los que nadie te ve o, al menos, los que te ven no te conocen. Viviendo en el campo el tema tiene fácil solución. Correr. Vamos a andar y luego correr. Es lo más barato, apenas unas zapatillas, respiras aire sano, tienes todo el campo a tu disposición y, sobre todo, repito, salvo algún gitano paseando galgos en su coche mientras se fuma un puro al ritmo de los Chunguitos, nadie te ve.

Empiezas pues a recorrer los caminos y descubres que andar es barato, sí, que el campo no tiene horarios, no, y que casi nadie te ve… pero también descubres que hay días que el viento te vuela el peluquín, que llueve y te empapas o que llovió el día de antes y todo está embarrado, que a medio día en verano te mueres de calor, que en invierno es de noche cuando te levantas por la mañana y se hace de noche antes de que te levantes de la siesta por la tarde, por mencionar sólo algunos de los problemas.

¿Solución? Transcender la esfera de lo natural con la maravillosa artificiosidad humanizadora que nos caracteriza. En otras palabras comprar una máquina de andar. Esto ocurría en el verano de 2010, cuando yo estaba en plena plenitud -valga la rebuznancia, que diría Cantinflas- y mi pobre Consu estaba dispuesta a probarlo todo, a invertir en lo que fuese para facilitarme el perder peso. Por tanto, no se opuso a la sugerencia, a pesar del fragante fracaso que había supuesto un año antes la compra de una bici estática-perchero.

Henos pues en el Decatlon, mirando cintas de andar. Nada que hacer, todo lo que tienen soporta un máximo de 100 kilos y eso no es (¡era!) para mí, gracias.
Henos pues en el Corte Inglés y ahí sí. Una cinta enorme, con un panel de mandos que ni el Challenger -antes, claro, de que dijesen aquello de «Déjala conducir a ella ¿qué puede pasar?»-. Soporta hasta 150 kilos y controla tu corazón, tus calorías consumidas, la inclinación, la distancia, el tiempo, tu edad, tu peso, tiene sistema de sonido, tomas usb, acomodadores de impacto, rutas pre-establecidas, niveles de progreso, tiene hasta pantalla de televisión, dando los diseñadores por hecho que correr ahí es tan aburrido que sin eso nadie lo soportaría.

Un pastón… pero nos pilló en un momento bueno y en seguida la tuvimos en casa, ocupando el 60% de mi habitación. Por supuesto, nos dimos dos paseos con ella, la plegamos y dijimos aquello de «Está guay. Mañana voy a caminar en ella en serio…» y, así, durante dos años no se volvió a usar. Ni de perchero.

Dos años después influído por mi prima Ana, que se prepara maratones, habiendo perdido 30 kilos, comencé de nuevo a correr. Yo ya no era el mismo, pero el campo sí. En verano te seguías cociendo la cabeza, en invierno se te seguía volando el peluquín etc. etc. y así revivimos la cinta. La pobrecita estaba a estas alturas relegada a un rincón en el porche por falta de habitación donde ponerla.

Ahí nos tenéis a mi hijo Miguel y yo, alternándonos en su uso aquellos día de caminos u horarios intransitables. Al principio me costó coger el ritmillo de correr allí, que no es lo mismo exactamente que por el campo, pero después no está mal como sustituto…

… Y entonces ella se animó. Y entonces ella, armada con su pijama de invierno y sus zapatillas de deporte, se subió a la cinta y caminó en ella un par de minutos… y entonces ella, decidió empezar a correr y a buscar su estilo propio…