Pues no, no va a ser el año del IKEA, a pesar de lo que os conté hace poco, ni el año en que adelgazé, por que no y ea. Si los años se recordasen por su nombre, por lo más significativo que en ellos ha ocurrido, para nosotros este será (sin tentar al destino, por supuesto) El Año de las Gatas con la Panza Pelá.

La cosa viene de antiguo. Decía mi abuela que decía su abuela -o sea, mi tatarabuela- “Ya tenemos gato, ya nos podemos casar”, en una maravillosa síntesis de cómo, para los amantes de los gatos, un gato hace hogar. Nada más relajante que un gato durmiendo sobre tu regazo ronroneando cada vez que le pasas suavemente la mano por el lomo…

En casa los gatos son una especie de religión menor. Son pequeños dioses tiranos que nos utilizan de almohada, de cama, de proveedores y de serenos. A cambio ellos nos dan la lata, nos llenan de pelos y nos hacen reír.
Tenemos un síndrome invalidante endémico en casa que te libra de las tareas domésticas: el síndrome de “tengo gato”. ¿Sus efectos? Eh aquí un ejemplo:
Estamos todos apoltronados ante la tele y de pronto se oye la voz de alguno/a diciendo:

“Anda, hazme un té/ haz la cena/prepara un café/mete al micro unas palomitas/………………….(coloque en la línea de puntos lo que proceda), que me apetece mucho.”

Aparece entonces la reacción del reflejo MediaMarkt (yo no soy tonto), descrito en todos los manuales de convivencia familiar:

“¿…Y por qué no te lo haces tú, que yo estoy hecho/a polvo?”

A lo que sigue la respuesta definitiva, la que nadie discute, el órdago a la mayor, la que otorga todos los derechos y que libra de todos los trabajos:

“Tengo gato.”

Entonces, el interpelado mira al interpelador y verifica que, efectivamente, en su regazo está enroscadito uno de nuestros gatos durmiendo o, más doloroso aún, mirándole con cara de “Sí, qué pasa, la chica/el gordo/el pobre chico (táchese lo que no proceda) está conmigo y no la/lo molestes”.

Nada que hacer. El interpelado se levanta y hace el té/café/etc. solicitado, no vaya a ser que el gato se moleste, enoje o sufra incomodidad alguna.

Caso agudo del síndrome de «Tengo Gato»

En otras palabras ellos son los que nos domestican a nosotros. Ejemplo: Un gato duerme plácidamente en el sofá, junto a la estufa -perdón, chimenea-, en una noche de invierno. De pronto a eso de las 6 de la mañana siente necesidad de orinar. Hay que salir al jardín ¿algún problema? Ninguno. El gato en cuestión se levanta, se estira las uñas y se encamina a la habitación de su abre puertas. El abre puertas está en stand-by, apagado pero dispuesto. No tiene lucecita roja que lo indique, pero nuestro gato lo sabe por los ronquidos y resoplidos. Sólo hay que activarlo. No tiene mando a distancia, pero eso no es problema para un felino. Un pequeño salto sobre la cabecera de la cama seguido de un corto paseo por la cara, pecho y barriga, terminando con un salto hacia el suelo con las patas traseras bien afirmadas en los relajados cojones del abre puertas y ya está. Activado.

No hay mejor sistema en el mundo para abrir una puerta. Bueno tal vez uno silencioso que abriese las puertas sin juramentos ni palabrotas…

Bien, a lo que íbamos, tras varias generaciones de gatos en casa, ahora sólo nos tiranizan dos. La Susi y La Mushi. Susi, una mestiza de siamés y gato blanco con el rabo roto, los ojos bizcos, la nariz negra y rechoncha y gorda, ya tiene sus añitos, 13 ó 14, ninguno lo recuerda bien. Mushi, apenas 8 meses, es una siamesa pura alargada, delgadita y totalmente loca.
Ambas son recogidas de situaciones de abandono y ambas son las reinas de la casa. Nunca se han llevado demasiado bien. Mushi desearía jugar todo el día con Susi, y ésta, sin embargo no la soporta a más de tres metros de distancia sin inflarse, gruñir, rugir, etc. etc. si se acerca más…

Hasta ahora.

Veréis, Susi tuvo cachorros una vez cuando tenía la edad de Mushi, y desde entonces le estamos dando la píldora para que no repita. Mushi acaba de llegar a la edad fértil y para ahorrarnos el coñazo de las píldoras y sus efectos secundarios la llevamos al veterinario, que le hizo una “solución definitiva al problema de la superpoblación felina”. Eso implicó que la pobre tuviese que llevar un cucurucho anti lame-puntos alrededor de la cabeza durante unos días. «Madre, que se escapa la lámpara», era el chiste de moda en aquellos días.

Bien, el mismo día que había que llevarla a que le revisaran los puntos, resulta que Susi empieza a supurar de manera escandalosa por sus partes femeninas y, claro, fue llevada al veterinario. “O la operamos ya, o se muere”. Un ovario se le había enquistado y abierto, con lo que estaba muy grave.
Fue operada de urgencia y dotada a su vez de otro cucurucho, como una especie de marca de la casa.


Y ahí las tenéis, ambas sintiéndose muy infelices con sus cucuruchos en la cabeza , mostrando las tetas con la panza pelada y una pata con marcas de agujas, como si fuesen yonkis.

«Coñazo de amagatos chocho nos estás soltando», diréis. Pero el asunto se hace interesante a partir de ahora: Una vez despojadas de los puntos y cucuruchos, ellas, que hasta ese momento no se podían ver, de repente, se han vuelto lesbianas. Como suena. Una noche nos dejaron a todos de piedra al juntarse en el sofá y comenzar a lamerse, abrazarse, restregarse, mordisquearse y no sé cuantas cosas más durante horas y horas.
“Han salido locas.” o “La anestesia las ha trastornado.” o, simplemente, “¡Mira…!” era lo único que podíamos decir ante el espectáculo.

¿Se equivocó el veterinario en la operación y en lugar de esterilizarlas les cambió de acera?¿Qué innombrable cualidad ha cambiado en la percepción de una y otra?¿Habrán formado una especie de “hermandad del cucurucho” felina?¿Es una reacción ante la libertad del sexo sin responsabilidad ni género?¿Es el amor surgido entre vendajes y cucuruchos?¿“El paciente inglés” lésbico-felino?

Preguntas sin respuestas que nos tienen a todos asombrados en casa. Ha pasado un mes desde las operaciones dichosas y el idilio continúa. Todavía nos asombra encontrarnos en el sofá a dos gatas en top-less haciendo un sesenta y nueve. ¿Se les pasará con el tiempo? No importa, este es y será para siempre, El Año de las Gatas con la Panza Pelada en la imaginería familiar.