La ducha
A finales de Julio de 2000 hicimos la refoma del baño sobre la que ya os hablé. Mejor dicho os conté la compra de los azulejos, no la reforma en sí, que aquello me resultaba demasiado abrumador para relatarlo. Bien, pues hoy, día 17 de Febrero de 2010, más de nueve años y medio después, mi querida mujer lo ha reconocido. Cito: «Aquello de poner la ducha en el cuarto de baño pequeño fue un gran error mío. Lo reconozco».
¡Toma, toma y toma!, como dice el de la tele. jejeje…Siéntate en la puerta de tu tienda y verás pasar el cadaver de tu enemigo, que decían los árabes.
Me ha costado casi diez años. En este tiempo, desde se ignoraron mis argumentos -«Pero si el calentador no da para que se duchen dos al tiempo ¿Para qué queremos dos duchas?»- la historia de la ducha ha sido algo peculiar.
A la semana de instalarla fuimos a ver pantallas y puertas correderas para que el agua no se saliese. El presupuesto nos dio tal susto a ambos que nunca más se volvió a tocar el tema… además había otros problemas que atender: La ducha olía. Los fontaneros nos habían vuelto a timar y cada vez que amenaza lluvia apesta por el desagüe de la ducha.
El bonito cuarto de baño con sus azulejos de piscina olía. Apestaba.
Soy demasiado prudente e invertí demasiado tiempo, esfuerzo y dinero en instalar la maldita ducha como para decir nada. Pero ja, ja, ja. ¿y ahora qué?
Como pronta solución pusimos unas revistas dentro de la ducha, tapando el apestoso agujero. Eso duró unas semanas hasta que se me ocurrió contarle a mi mujer el chiste ese del paleto, que mostrando su nueva casa a alguien, le enseña la bañera llena de revistas y dice «Este es el cuarto de baño. Ahora tenemos. Gracias a Dios que no hemos necesitado usarlo nunca». Rápidamente las revistas fueron sustituidas por cinta de precinto transparente, «que no se nota casi».
Y aquí tenéis la maldita ducha, con el agujero sellado, y con un bonito cepillo de mango largo para frotarse la espalda colgando de su alcachofa sin estrenar.
En este estado permaneció varios años, hasta que ocurrieron casi simultáneamente dos cosas: la alcachofa de la otra ducha se rompió y la cinta aislante perdió su poder adhesivo y se levantó.
La ducha útil canibalizó a la inútil y esta fue despojada de su alcachofa. El agujero fue de nuevo taponado con varias revistas de decoración, una cesta con flores secas y una especie de alfombrilla. Andy Warhol habría tenido pesadillas sólo con ver aquél cuadro.
Pero esto no duró mucho. Había algo de amenazador en el agujero de la pared de donde antes salía la alcachofa virgen. El grifo, reconvertido desde hacía tiempo en percha para abrigos mojados de días de lluvia, era, de repente, un arma letal. Bastaba que el cuello de un abrigo se enganchase en él al descolgarlo para que brotase un potente, traidor, malintencionado y sorpresivo chorro de agua perpendicular a la pared y a la altura justa de tu cara.
Se compró, pues otra alcachofa a la ducha «real» y se reintegró a su sitio la alcachofa desvirgada. Ahora todo estaba mucho mejor. Si el abrigo se enganchaba en el grifo, el chorro te caía en forma de lluvia en el cogote, como debe ser.
Sin embargo eso no solucionaba el problema de los olores. Tras un periodo de incertidumbre decorativa en el que se probaron nuevas y astutas maneras de tapar el agujero de marras, alfombrillas con base de goma, más revistas, papel de plástico de envolver y originales e imaginativas utilidades al invento este, que de ducha no servía, tendedero, amontonador de ropa sucia, báter para el gato, etc. etc. las cosas volvieron a su cauce. Se volvió a tapar el agujero con una hoja cuadriculada de un bloc sujeta con papel celo, se vació la ducha de todo su contenido y ahora cumple su función de colgador de abrigos mojados perfectamente.
Cuando la miras no eres consciente, pero algo te falta. Una vaga inquietud te recorre, como cuando mirabas la foto de aquella modelo con la que se pasaron con el Photoshop y le eliminaron el ombligo… pero una vez que todos dominamos la técnica de descolgar el abrigo sin enganchones, no da ningún follón ni pide pan.
Esta tarde mi amada esposa ha vuelto de todo un día perdida en el IKEA con ideas renovadas. Cierto que ha reconocido su error, pero a continuación ha empezado con aquello de «Si la quitamos y ponemos en su lugar un mueblecito que he visto en iquea y un bidet, quedaría precioso. Además no haría falta modificar la tarima porque ponemos unos ladrillos alrededor del bidé como si fuese por las salpicaduras y entonces…»
He salido corriendo, cómo no, que su tren de pensamiento tiene más peligro que un mercadillo en la línea del AVE, y he venido a contároslo, compañeros.
No sé si alegrarme o echarme a temblar…
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