…o de Cómo el Hombre Desconcertado conquistó el lejano oriente.

Otra vez en Guadalajara, otra vez sólo a la hora de cenar. Tengo mucha más experiencia que la última vez y seguro que a los chinos ya se les ha pasado el trauma. Es hora de reafirmar mi juventud y mundanidad. A cenar al chino se ha dicho.

El Templo del Bambú está hoy más concurrido. En la zona de fumadores hay tres jóvenes que no veo demasiado bien detrás de una columna y una pareja de jóvenes enamorados. Él luce el look vagamente bacala que hoy día todo el mundo adora y ella es bastante más discreta y anodina. Hay una pareja de chicas con un aire un tanto ecologista, ya sabéis, pañuelos, rastas y cosas así, en la zona de no fumadores.
La camarera china de la otra vez se me acerca. No veo signo de reconocimiento en su cara: O mi cara es demasiado vulgar o el espectáculo de alguien haciendo malabarismo con los palillos es demasiado frecuente para dejar huella en su mente, imagino.

-¿Para uno?- me pregunta alzando un dedo y dejando bien claro que ahora sabe pronunciar las eres.

-Si, uno- confirmo.

Me acompaña a la misma mesa de la otra vez… lo que me hace sospechar que tal vez sí se acuerde de algo y es el hieratismo oriental lo que me despista. Me deja la carta y se pierde por la cocina.

Miro la carta. Tengo clara una cosa: Tallarines. No es que me gusten mucho, que sí lo hacen, es que es con lo que más he practicado desde entonces y cierto miedo escénico me hace agarrarme a lo conocido. Tallarines, pues… pero ¿cuales?: con pollo, con ternera, con marisco, son valores seguros, pero conocidos. Veo los “Tallarines estilo Thai con marisco”. ¿Thai? ¿Eso no es tailandés?
Una inspección más amplia de la carta me descubre que han incluído platos japoneses, vietnamitas y tailandeses. Bueno… nunca he comido comida tailandesa. Aventurémonos en lo desconocido, pues.

Pero eso para segundo… y de entrante, sopa. Eso es fijo. Lleva cuchara y ese es un viejo arte que domino sin problemas (salvo alguna que otra mancha en todas mis camisetas, pero eso es otra historia). La primera de la carta es sopa de miso ¡Sopa de Miso! Los dioses son buenos conmigo. El último libro que he leído, PopCo se llama, tiene una protagonista que se pasa medio libro con mono de tomar sopa de miso. Ni qué decir tiene que no tengo ni puta idea de qué diabólico ingrediente es el miso… pero la curiosidad me mata. Sopa de miso pues.

No voy a pedir postre… que son caros y llenan poco. Me recuerdo que oficialmente estoy a dieta, pero llevo todo el día sin haber comido más que una ensaladita y un café y, al fin y al cabo, en los chinos no ponen pan, que todo el mundo sabe que es lo que engorda. Pediré algo más… ¿pero qué?
Ojeo la carta otra vez imbuido en el espíritu de aventura y descubrimiento: debe ser algo que no haya comido nunca y que tenga un precio equivalente a un postre…

Ya está: Dim Sum variado.

Ni pajolera idea de lo que es, pero cierro la carta con determinación. Dim Sum y que no se hable más. La china que estaba aburrida de verme pasar las hojas para delante y detrás una y otra vez se me acerca afilando el bolígrafo.

-Sopa de miso, tallarines Thai con marisco y Dim Sum variado, por favor.

-¿SeRvesa?- pregunta la china remarcando que sabe decir la R y que se acuerda de mí, supongo…

-Sí, por favor.

Recoge la carta y justo cuando ya se marchaba me dice, como con lástima:

-Dim Sum taldará un poco más. Vinte o tleinta minutos.

-Naturalmente. -Replico con la voz del que se desayuna dos Dim Sums por lo menos todos los días.

Se va.

-¿Qué coño me habré pedido? -Me pregunto a mí mismo. No me suena de nada eso de Dim Sum, la última vez no estaba en la carta… claro que tampoco estaban los tallarines Thai, tan Tailandeses ellos… Miro los palillos ¿El Dim Sum se comerá con palillos? ¿Será de carne o de pescado? Imagino que al final será una alcachofa con bambú o algo así. Claro que eso de Dim no suena mucho a chino. Será algo Tailandés… ¿no eran los Tailandeses los que comen perros?

Esta última idea se me queda un momento atascada en la frente.
-Imposible -me digo-. En España no. En España tenemos inspectores de sanidad que nunca permitirían eso y que saben perfectamente lo que es el Dim Sum.
-¿Lo saben? -me pregunta la mosca cojonera que tengo detrás de la frente.
-Por supuesto que lo saben.
-Claro.
-Claro.

Pero eso no despeja la duda: ¿Qué coño me he pedido para cenar?

Me traen la sopa de miso y la seRvesa. La sopa es amarillenta con cosas verdes flotando en ella. La remuevo con la cucharita de cerámica tan mona que lleva adjunta y observo que en las profundidades de la misma habitan cosas más sólidas y redonditas. Gambas peladas y muertas. No hay peligro por ese lado. Al final la sopa de miso resulta ser un caldo de pescado, muy bueno por cierto, con gambas y esas hojas verdes que no identifico, pero que están muy ricas, como complemento.

De momento vamos bien. No he terminado de limpiarme con la servilleta cuando me traen los tallarines. Esta vez sí son planos y tienen multitud de verduritas, entre las que destaca la cebolla, mezclados con ellos. Nada de perro a la vista. Desenvaino los palillos y los hundo, con la naturalidad de un hombre joven amante de las artes orientales, en la pasta.
Riquísima, pero quema… y pica.
Pica mucho.

Dejo los palillos junto al plato sin retorcerme demasiado en la silla. Me bebo un trago de seRvesa fría y trato de mantenerlo en la boca para que me enfríe la lengua. Error. Las burbujas se alían con la cayena para perforar túneles en mi lengua… o así me lo parece. Trago la seRvesa y entreabro la boca, tapándola disimuladamente con la servilleta, para que entre en ella el aire frío. Al espirar mi aliento contra la servilleta casi puedo oler a paño quemado.

Inspiro hondo y miro a mi alrededor. Una de las chicas con rastas me está mirando con cierta fascinación y se vuelve a su compañera con un pequeño sobresalto al mirarla yo fijamente.
Perra maleducada. No se mira así a nadie. Aunque se haya puesto colorado y le sude la frente de golpe, no se mira así a nadie. Observo con malevolencia que la muy petarda utiliza tenedor para comer lo que sea que haya pedido. Es una vieja y ni siquiera lo sabe…

Vuelvo mi atención a los tallarines. Me atrevo a comer otra… ¿palillada? Y la cosa no es tan grave en ésta ocasión. Descubro el misterio: mientras me retorcía e intentaba apagar el incendio con seRvesa se han enfriado un poco y ahora son más tolerables. Eso sumado a la cantidad de papilas achicharradas que han decidido dar de mano en el día de hoy y se han ido a dormir. El caso es que los tallarines están realmente deliciosos, una vez que les has perdido el miedo. Observo con satisfacción que mi manejo de los palillos es impecable, relajado, natural. Casi he acabado el plato y la mano sólo me duele moderadamente. Termino los últimos restos con el tenedor, no sea que alguien me confunda con un chino o me pida el carné de identidad para ver si tengo 18 y, oiga, en algo se me tiene que notar que soy de Albacete.

La china me retira el plato vacío.

-¿Deja palillos pala Dim Sum? -me pregunta
-Ah…¿Se come con palillos? -estoy a punto de preguntarle, pero sólo digo:
-Naturalmente.
Se va y me deja en la mesa sólo el vaso de seRvesa y los palillos un tanto manchados. Vuelvo a preguntarme: “¿Qué coño habré pedido?”.

Decido hacer un censo de jóvenes orientalistas entre los demás clientes y observo con satisfacción que solo el bacala enamorado está comiendo con palillos, como yo. Prácticamente no se nota la diferencia entre sus 20 y mis 50 años. Seguro. Su enamorada, mucho más petarda y antigua que él, come con tenedor, fuma mientras come y se ríe mostrando todo el arroz tres delicias sobre su lengua. Él mantiene su tierna mirada y, como si adivinara mi mirada sobre su encrestado cogote, deshace el empate que hasta ahora hemos mantenido: Coge un pedacito de no sé qué con sus palillos, hace un gracioso giro de muñeca y se lo ofrece a su amada con una floritura. Si yo hago eso el trozo acabaría en el escote de la amada o en el cenicero de la mesa de al lado. Seguro.

Deprimido acabo mi seRvesa y hago un gesto a la china para que me traiga otra. Nunca conseguiré esa maestría. Mi occidental musculatura no tiene la coordinación necesaria para semejante alarde de orientalidad. Para compensar, y para que se joda el bacala, me subo el ánimo un poco al comparar mentalmente a mi querida esposa con su zopenca, que en ese momento está emitiendo una risa gutural, un punto por encima de la llamada del urogallo y medio punto por debajo del aullido de la foca monje en celo, y de un bocado hace desaparecer la ofrenda de su amado junto a un par de centímetros de los palillos. Si los palillos hubiesen sido más cortos lo deja sin dedos.

La china aparece a mi lado y deposita ante mí una especie de humeante y espectacular fuente de bambú cilíndrica y cubierta con una tapadera también de bambú sobre un plato y con una cuchara de acero a su lado. Junto a ella deja una pequeña salsera con lo que parece salsa de soja.

-Dim Sum. -dice.
-Gracias -digo mirando fijamente el misterioso recipiente.
-¿Tlaigo otlo plato? -dice ella
-Sí, gracias -le contesto indeciso de a qué refiere

Deposita ante mí otro plato vacío y desaparece. ¿Palillos?¿cuchara?¿salsa? Me entretengo unos segundo regodeándome en el misterio y aún no del todo seguro de si no me voy a encontrar un fox-terrier frito o algo así al levantar la tapa. Las dos petardas de las rastas me miran fascinadas y muertas de envidia detrás de sus anodinos “lolito plimavela” y arroz tres delicias.
Pongo mi mejor cara de hombre de mundo que desayuna perro cocido todas las mañana y levanto la misteriosa tapadera.

Un puñado de bolitas blancas, me miran humeando sobre una cama de hojas de col. No identifico qué son, pero no me amilano, pillo tres o cuatro con la cuchara y las deposito en mi plato. Resultan ser una especie de bolsitas de pasta cocidas al vapor que contienen un relleno del tamaño de una albóndiga de variados ingredientes. Carne picada, pescado con algas, gambas con arroz, etc. etc. Las riego con salsa de soja y compruebo que son fáciles de pillar con los palillos… exquisitas.
Dejando claro que sé manejar los palillos con maestría y que conozco los secretos de la cocina oriental, abandono el restaurante lamentando que no haya uno así en mi Albacete del alma…