Esta mañana, como todas, he ido a trabajar en moto

Esta mañana hacía un sol precioso cuando he ido a trabajar. No hacía frío y la mañana era de esas en las que todo parece estar limpio en las que todo parece promesa y expectación de algo bueno.
Vivo a unos 5 ó 6 kilómetros de mi trabajo, pero esta mañana he tomado “el camino largo” y me he hecho unos 30 kilómetros sobre mi amada moto rodeado de esa promesa del nuevo día.
Hace ya tiempo que dejé de intentar justificar a los que no han montado nunca en una moto esta afición, esta pasión que estoy viviendo en los últimos años. No lo entienden. Cuanto más intento explicar y desarrollar lo que siento, lo que vivo encima de una moto, lo que la moto me da, más incomprensión puedo ver detrás de sus sonrisas comprensivas.
¿Cómo explicar esa alegría inexplicable, ese sabor de libertad? ¿Cómo reflejar en palabras la emoción que te puede dar el movimiento, la carretera ante ti y el peligro?
No puedo. Por eso he dejado de intentarlo. Tan sólo vosotros, moteros como yo, podéis llegar a entenderme.
La mayoría de nosotros llevamos vidas grises, vulgares, como las que llevan millones de personas en éste país. Nos emocionamos por las mismas cosas, nos cabreamos por las mismas injusticias. Nuestras metas, temores y deseos son todos parejos… es lo que tiene de malo este mundo donde la información que recibimos desde niños es tan generalizada. Desde los mismos dibujos animados a los mismos partidos políticos, nos igualan, nos homogeneizan, nos despersonalizan… y ni siquiera nos damos cuenta de que somos total, inevitable e irremisiblemente vulgares… salvo cuando montamos en moto.
En un mundo donde todo está asegurado, desde tus vacaciones a tus enfermedades, tus placeres y tus penas, desde el incendio de tu casa hasta la avería de tu automóvil, desde los dientes de tus hijos hasta los cristales de tu casa, todo parece acolchado, todo es un juego de “paga y no pasa nada”.
Pero la moto nos distingue de eso, nos saca de las emociones filtradas de todos los días, de la vida pre-vivida que nos han diseñado y que sin darnos cuenta hemos aceptado vivir. Cuando voy en moto no soy vulgar ni viejo, ni torpe, ni lento. Mis emociones y mis miedos son puros encima de la moto, inmediatos. La adrenalina me sube por la espalda cuando veo que he entrado un poco pasado en la curva. La sonrisa -esa sonrisa que nadie puede ver dentro mi casco y que por eso es, quizá, la más pura de todas- se me dibuja sin darme cuenta cuando acelero y siento el tirón, el empuje, que me lanza hacia delante, que deja atrás todo eso que no cabe en ese triángulo que forma la carretera, la moto y yo.
El espacio de los que van en coche termina en los cristales. Lo de fuera no es suyo, a veces es casi una amenaza, algo extraño que despierta su agresividad. La ruta se convierte en algo a pasar cuanto antes y lo único que les importa es el destino. Cuando voy en moto no hay frontera clara entre yo y el mundo, la ruta es mía, el aire parte de mi discurrir, su sonido en el casco y su olor compañeros de viaje. Cada motero que me saluda, mi amigo…
Montar en moto no tiene sentido, ni objetivo. Como la vida misma. No es racional, no es mejor que otras cosas. Montar en moto no me hace mejor que nadie, no me engrandece ni empequeñece. Pero en la moto vivo la vida en serio. En la moto no hay trampa, no hay reserva, ni salvavidas ni colchón. No se perdonan los errores ni haylugar para los que se exceden en el juego, en ese juego de vida y muerte al que nos entregamos cada día. En la moto se vive la vida en serio y, portanto, se disfruta la vida en serio.
Por tanto ¿os extraña que no intente ya explicarme a los que no montan en moto? ¿que lo único que sea capaz de transmitirles es un puñado de palabras, sin mucho sentido, confusas, como este blog?…
Por tanto ¿os extraña que los moteros seamos gregarios, que nos busquemos unos a otros y vayamos en grupo? A mí no. Sé que quien más quien menos casi todos vosotros habéis sentido algo de esto. Sé que amáis las motos como yo. Se que me entendéis. Se que muchos de vosotros, hermanos en la ruta, hermanos en el sentimiento, también encontráis en la moto un camino de redención del pecado de la vulgaridad que nos acecha.
Por tanto ¿os extraña que alguien haga 30 kilómetros de más para ir a trabajar, por el mero hecho de empezar el día montando en moto?
A mí no. Doy gracias por ello.