No más poesía, por favor. En algún sitio ha de haber sitio para escribir, sin pasar el rato contando sílabas y rimando asonantes, sobre la ternura, sobre esa ternura que nos redime de tantas cosas, de tantos fracasos.
En algún sitio ha de haber sitio para la ternura. En alguna parte ha de ser posible encontrar las palabras, el tono y el público adecuado para hablar de ella, porque no creo que todo ese tiempo que paso, por ejemplo, mirándote dormir deba ser olvidado para siempre como lo serán las imágenes de ese sueño que adivino bailando con tus ojos cerrados.
En algún lugar ha de ser adecuado fijar de alguna manera por escrito esas sonrisas somnolientas que cruzan nuestra almohada al despertarnos y vernos el uno al lado del otro. En algún lugar debería quedar constancia de esas tardes lánguidas de ventanas cerradas, luces suaves encendidas junto a la cama, de las horas pasadas así sin hacer nada más que disfrutar uno del otro, de la conversación íntima, ligera y suave que las acompaña, de las barritas de incienso.
Debe ser posible, digo yo, escribir sobre los años de mirar hacia delante juntos, de pasear cogidos de la mano, de disfrutar de juegos sobre el café, sin caer en la cursilada ni en la poesía.
Pero no lo encuentro. ¿Cabe aquí, por decir algo, ese sentimiento que me invade de alegría, de que ha ocurrido algo importante -todavía después de treinta años-, cada vez que hacemos el amor? ¿Lo que siento al verte envejecer a mi lado?
Tal vez no sea éste el sitio. No sé si sois el público adecuado. Tal vez no exista el público adecuado pero es urgente encontrarlo, que no parece justo que hayan de perderse en silencio tantos y tantos momentos, que hayan de quedar para el olvido, por ejemplo, ese llanto que compartimos en la mesa de la cocina aquél domingo en que se fue de casa el primero de nuestros hijos; esa mirada que me dirigiste la última vez que amamantaste a nuestro primer niño, al comprender la clase de vínculo que cortabas; ni tus ojos entrecerrados la primera vez que viste el mar, de pie sobre la arena con el pelo al viento y un vestido negro prestado, mientras apretabas mi mano en silencio…