Pasan los meses sin añadir nada a este blog. Lo cotidiano, el terriblemente hermoso y cotidiano vivir no me deja tiempo para la reflexión pausada. Nada de escribir, sólo vivir.
Sin embargo hoy he cometido el error de volver a ponerme a trabajar con el señor Leonard Cohen canturreándome al oído. Es algo que hago a menudo pero hace mucho tiempo que  sólo escuchaba los discos que ha sacado desde los años 80 en adelante -ya sabéis, I’m your man, 10 new songs, etc. Pero hoy no.
Hoy, no me preguntéis por qué, he desempolvado, si es que pueden los mp3 criar polvillo de bytes en las misteriosas tripas del disco duro, los discos que me acompañaron durante los años intensos de la adolescencia. Hoy he vuelto atrás acompañado por ese partisano que se perdía en la niebla, para volver con un famoso impermeable azul con los hombros desgastados y algunas cicatrices de más en el corazón.
¿Qué tendrán aquellos años cuando empiezas a vivir que te dejan huella para siempre? ¿qué tendrá la música que en ellos aprendes a amar que te acompaña hasta la tumba?
Eran días aquellos de sangre feroz de primavera. Días de sexo intenso y alcohol, de inseguridad y búsqueda. Días en los que me refugiaba de todo eso acompañado de aquel puñado de discos de vinilo a dibujar sobre papeles en blanco historias que nunca vieron la luz.
El señor Cohen, aquél señor Cohen de la voz juvenil y sugerente, la misma que luego sería profunda y reflexiva, me ha removido viejas sensaciones. Me ha vuelto a traer el olor de la tinta china y la luz de tubos fluorescentes. Me ha traído a los dedos el tacto de pieles vírgenes y el olor de cabellos femeninos.
Algo de esa juventud que pasó inconsciente de sí misma se quedó pegado a esas canciones. Algo sigue ahí. Algo.
Ahora subiré esta entrada al blog. Apagaré el ordenador. Programaré el móvil para que me despierte mañana. Cerraré la puerta de la calle bajo la atenta mirada del perro y me iré a la cama con los ojos puestos ya en el día de mañana. Me podría parar un momento, mirándome al espejo mientras me lavo los dientes, por ejemplo, y preguntarme sobre el hecho de que lo único que quedará del día de hoy para la memoria, vaya a ser esta intrusión de la vida vivida hace tantos años. Me podría detener a asombrarme de la cantidad de días que se han perdido por mi vida en el silencio, sin haber encontrado la compañía de una melodía tan intensa como para perpetuarlos en el pequeño museo que guardamos en el corazón.
Pero esas paradas serían artificiosas y falsas. Un trabajoso recrearse en lo muerto «a la Becquer». En estos días mi presente está lleno de sí mismo, intenso y excitante, sin tiempo para esos regodeos melancólicos.
No tengo tiempo para nostalgias pero permitidme que haga este pequeño homenaje a ese pequeño fantasma que me ha visitado con esta tecnología de los blogs que ni siquera existía cuando toda esa vida fué vivida.