… o la Seguridad Social y mi mujer.

Las luces del techo, unos tubos fluorescentes cubiertos por una rejilla cuadriculada, pasaban ante mi cara mientras la camilla haciendo eses chocaba con otras camillas, con pacientes y visitantes y con las paredes de los dos lados del pasillo.

-¡Estas nuevas camillas se van para todas partes!- jadea la celadora, una chica de unos 50 kilos, con una nariz muy pequeña y de agujeros simétricos, mientras empuja la camilla, y mis 130 kilos, pasillo adelante.

Yo le agradezco el detalle y me limito a sonreír mientras mi codo derecho se despelleja contra una esquina. En ese momento aparece mi mujer, que ha sido llamada por megafonía y alivia a la celadora poniéndose en la cabecera de la camilla, a modo de timón de tracción delantera. Dejo de golpearme con cosas. Ahora las luces del techo parecen salir por encima de las familiares fosas nasales de mi mujer, tan bonitas y ligeramente desviadas a la izquierda.

Llegamos por fin a la sala de curas, un cuarto más bien cutre, con la pintura saltada en algunos puntos alrededor de la puerta y una mancha de humedad en un rincón del techo. Junto a la puerta hay una pizarra llena de anotaciones de rotulador. “Como en House”, pienso, pero no digo nada. Mi mujer se sitúa mi lado y me guiña un ojo. “Tranquilo” dice su sonrisa. Después mira a su alrededor y coloca un brazo lleno de determinación sobre su cadera.

Llevo ya cuatro días en el Hospital de la Seguridad Social y todavía no me han dado un diagnóstico claro. Todo son médicos por aquí y por allá y enfermeras de todos los calibres pinchándome en sitios insospechados, pero nadie dice nada. Ella, la dueña de mis días, empieza a impacientarse con tanto rollo. Yo me limito a explorar mi nueva perspectiva de enfermo con ruedas. En los últimos días me estoy haciendo un experto en valorar a la gente por sus agujeros de la nariz.

El Otorrinolaringólogo de turno es un andaluz de nariz porretuda con los agujeros más anchos que largos. El hombre tiene un tic incontenible: terminar todas sus frases con una pregunta. Eso es algo que en determinados momentos puede quedar bien, pero que para mi decidida y medio indignada esposa es un trapo rojo al que embestir.

-¿Bueno, cómo estamos hoy?- pregunta el incauto con toda su buena intención.

-¿No lo pone en ese informe tan gordo que tiene?- contesta ella sin darme tiempo a responder.

-Bien- Digo yo débilmente y un tanto tarde.

El hombre duda y la mira a ella y luego a mí, decide ignorarla y enfocarse en mí que, al fin y al cabo, soy el enfermo. Mientras me vuelve a hacer las mismas preguntas que ya me han hecho docenas de veces, puedo ver temblar ligeramente las aletas de la nariz de mi mujer. No le gusta que la ignoren.

En su honor he de decir que controla perfectamente su carácter. Sustituye su incipiente enfado por una decidida voluntad de cooperación médica. Al fin y al cabo ella tiene aprobada toda la primera evaluación del módulo de Auxiliar de Clínica, vamos, que es casi profesional de todo esto y, efectivamente, no le gusta que la ignoren.

-¿A parte de las hemorragias tiene algún otro síntoma?- Me pregunta por fin el médico.

-Tiene las manos hinchadas.- Dice ella sin poderse controlar más.

El médico me coge una mano, me palpa los dedos y dirige su nariz hacia ella. El tema se ha convertido en algo personal entre los dos.

-Efectivamente, ésta está más hinchada ¿No?- Dice él en un intento de aplacarla.

-No -dice ella-, está más hinchada aquella y además le brilla la piel.

La nariz del médico apunta a mi mano derecha y se tuerce durante un momento a un lado.

-Sí. Quizá sea esa. Estará reteniendo líquidos ¿No?

-No- dice ella con toda seguridad (esta conversación ya la habíamos tenido con otros médicos)- yo creo que es debido a las vías que lleva en las venas. Observa- añade con un tono incontestable- que ni en los codos, ni en los brazos hay hinchazón.- procede a palparme el brazo y el codo.

El pobre hombre, perdida ya la iniciativa sólo puede palparme el otro brazo y el otro codo y mover la nariz de arriba abajo. Un leve fruncimiento de las aletas de la nariz de mi mujer indica que se ha anotado el punto. Pero el médico no puede renunciar a ser él el médico. Se dirige a los pies de la camilla y comienza a palparme el tobillo derecho.

-No tiene edema en los pies ¿No?

Ella interpreta el uso de la coletilla como un permiso, de colega a colega, para compartir diagnóstico. Se sitúa en el otro pie y me aprieta el tobillo y palpa los dedos.

-No. Pero fíjate qué seca y tirante tiene la piel.-La nariz del médico gira bruscamente 15 grados hacia ella al percibir el tuteo pero, antes de que pueda responder, ella dirige su nariz hacia mí y añade- Te tienes que poner crema en los pies, cariño. Con la piel así pronto tendrás úlceras de decúbito.

Hay un momento de silencio. Yo sé que eso de las úlceras de decúbito iba en el último examen del módulo de auxiliar que pasó el mes pasado, pero lo ha soltado con tanta frescura y aplomo que ni House sabría que responder.

-Sí ¿No?

-Claro.

Vuelve a pasar un ángel. Mi mujer vuelve a fruncir la nariz. Dos puntos. De la pequeña pausa entre el “Sí” y el “¿No?” deduzco que el hombre se ha dado cuenta que su coletilla lo pone en desventaja al darle pie a ella a intervenir. Por tanto, se dirige a su mesaen silencio, se sienta en ella y se pone a mirar contra el cristal de la ventana el TAC que me han hecho de las fosas nasales.

-El TAC está bien ¿No? Las fosas están oscuras ¿No? No se ve nada raro ¿No?

Puedo notar como cada “¿No?” sale con más reticencia, como dándose cuenta del peligro de darle pie a ella pero sin poder evitarlo.

Mi mujer se acerca a su mesa, la rodea y se inclina sobre su hombro para ver el TAC ella también. Señala con el dedo una leve manchita que indica un leve nódulo en uno de los lados de mi nariz (nódulo que ya le había hecho notar otro Otorrino la mañana anterior, descartando que fuese nada importante ni relevante).

-¿Y esto qué es entonces?- pregunta con aire inocente.

El hombre resopla. Se limpia el sudor. Hace calor, desde luego, pero conozco ese sudor que mi mujer puede provocar…

-Eso es un nódulo ¿No? Nada importante ¿No?

-Ni relevante, desde luego.-Termina ella sacudiendo la cabeza. Su nariz se apunta el tercer tanto.

El pobre hombre, maldiciendo el día que se dedicó a la medicina, intenta terminar con la conversación.

-Que siga tomando la misma medicación ¿No? y si en 48 horas todo sigue igual le damos el alta ¿no? y habrá que decidir la dieta… -Hace un visible esfuerzo por no preguntar pero derrotado por su propia coletilla y curioso y fascinado dirige su nariz hacia mi mujer- ¿No?

-Dieta Normal Sin Sal- Especifica decididamente mi dueña y señora-. Caliente.

-Sí ¿No?

Aquí no puedo soportarlo más y exclamo mirando la nariz del médico:

-¡Dios mío! ¡Me he casado con House!

Volví dos veces más a esa sala de curas. Pero en ambas la nariz recta y afilada de la enfermera salió por una rendija de la puerta para decir de manera incontestable:

-Señora, usted espere fuera.