Yendo a trabajar en moto
¡Qué bonito es montar en moto!
Acompañarme al trabajo, por favor. Siempre he dicho que disfruto yendo a trabajar en moto y en un ejercicio de repentización he intentado reflejar lo que es ir a trabajar en moto por las mañanas. Todo lo que aquí os cuento me ha ocurrido de verdad, puede que no todo el mismo día, pero esto puede ser el destilado típico de lo que es la moto en la ciudad. Perdonad si me ha quedado un poco largo.
Cierro la puerta del jardín desde fuera y Pancho, mi perro, me mira con envidia desde detrás de los barrotes de la puerta. Tras de mí la V-Strom ronronea con ganas de olvidar todo este fin de semana que se ha pasado encerrada en la cochera. Hace un día precioso, es lunes y tengo que ir a trabajar, pero los dioses del clima no se han enterado y me han enviado un día de primavera en este otoño tardío.
Monto en mi moto e inicio el circuito urbano que me llevará a mi puesto de trabajo.
Primero el carril recto de unos 300 metros. Primera, segunda. Cuidado, despacio, de cada verja puede salir alguien o algún perro y no hay escapatoria con estas vallas a los dos lados.
El cruce ha mejorado, le han puesto un espejo y ahora controlas perfectamente lo que viene por la derecha, sólo hay que cuidarse de la izquierda. Nadie. Enfilo el camino de la Fuente del Charco que discurre paralelo a la carretera. Segunda, tercera, despacio, que sólo son 500 metros hasta el Stop.
Miro a mi derecha y puedo ver que la carretera está bastante despejada. Mejor, tal vez hoy sea un día de esos que pillas un hueco entre dos olas de tráfico, entre dos horas puntas y se puede circular con fluidez.
Stop. Nadie cerca. Carretera y adelante. Segunda, tercera, cuarta. No pasar de 4.000 revoluciones, que la velocidad está limitada a 40 y, aunque todo el mundo va a 60 o 70 en este tramo, a veces se colocan los municipales con el coche del radar acechando. Son dos kilómetros, más o menos. Como a mitad de trayecto una furgoneta se incorpora a la carretera y me obliga a reducir velocidad. Tercera, freno. Zigzagueo tras ella comprobando si viene alguien de frente y si la puedo rebasar. Nada, dos coches me impiden adelantar. Freno suave. Segunda. Me resigno a ir tras ella hasta el semáforo.
La dejo alejarse unos metros cuando veo que el semáforo está rojo. Cuando se detiene la rebaso por la izquierda atento al semáforo de peatones, que este rojo dura muy poquito y con reducir hasta casi parar sin tener que poner el pie en el suelo suele ser suficiente. Lo es. Paso el semáforo y giro a la derecha.
Podría seguir por la carretera de circunvalación amplia y rápida si no hay tráfico, pero entrando por las calles paralelas me esperan las dos únicas calles curvas de Albacete, donde se puede inclinar un poquito la moto y prefiero esos dos momentos a la velocidad. Continúo por el barrio del Alto de los Molinos, lleno de chalets adosados de clase media venida a más. Cuidadín aquí, que hay mucha cochera y mucho funcionario y banquero saliendo de ellas.
Llego a la rotonda previa a la zona del Campus Universitario. Nadie, ligero zigzag para pasarla y enfilo la amplia avenida que deja a la derecha la Universidad y a la izquierda a todo un barrio en construcción que está creciendo en torno al nuevo centro comercial, también en construcción. Son sólo 300 metros o así, pero al fondo está esa calle que me encanta. Es una especie de rotonda que ocupa dos manzanas de diámetro. No suele tener tráfico ninguno y su visibilidad es perfecta.
Seguna, tercera. Me pego al centro del carril y toco el freno mientras compruebo que no viene nadie por la izquierda. Tuerzo a la derecha inclinando la moto un pelín más de lo necesario y luego tomo la curva a izquierdas de la misma manera.
Me encanta. Es una única curva, rotondas y esquinas a parte, que hay en todo el trayecto y es una efímera, pequeña y encantadora delicia el hacerla. Nunca al límite, nunca demasiado deprisa, pero sentir que la moto abandona por unos instantes esa aburrida verticalidad….mmmm
Reducir, que viene una esquina con preferencia contraria y sin visibilidad. Mierda. Un camión de las construcciones del barrio sale por mi izquierda y se incorpora a mi calle. Freno. Segunda. Nada que hacer, la calle es demasiado estrecha. Se me ha fastidiado la segunda curva de esta falsa glorieta. Chupo camión hasta el stop de la avenida de España. Giro a la izquierda y semáforo de nuevo. Hay varios coches parados en el mismo y me meto entre las dos filas hasta colocarme el primero. Punto muerto. Suelto el manillar y apoyo las manos en el depósito. El tío del coche de mi derecha me mira con cara de cabreo. Tal vez le joda que me haya colado pero, como pienso salir antes que él, me importa un pepino. Este semáforo tarda un buen rato, pero no es problema esperar: multitud de adolescentes de todos los tamaños y colores, algunas dolorosamente bonitas, cruzan ante mí.
El semáforo de peatones se cierra. Agarro el manillar. Primera e intermitente a la derecha. El tío del coche me vuelve a mirar con cabreo, como si aún le jodiese más el que vaya a cruzarme por delante de él. Cuento hasta tres, a los cinco se pode verde, lo tengo medido, y salgo con bastante alegría, por si el menda este también sabe contar y me quiere joder la trayectoria. Me incorporo a la carretera de circunvalación, de cuatro carriles, con cuidado que hay un paso de cebra bastante resbaladizo que me ha dado algún sustito con agua y no me fío ni en seco. Segunda, tercera, no pongo cuarta, pero dejo que las revoluciones suban. Efectivamente hoy no hay tráfico casi y la V aulla de alegría.
A unos 200 metros puedo ver que el semáforo del Hospital General, que habitualmente se pilla siempre en rojo, está verde según me acerco ¿me dará tiempo? Dejo que la V chille un poco más. Cuarta. No, ámbar. Mierda. Freno un tanto bruscamente para no rebasar la línea del semáforo. Puedo notar cómo el ABS trasero me da un toquecito en el pie y aumento un poquito la presión en el delantero. La moto se para suavemente. Este semáforo sí que es un rollo. Un Hyundai cupé se sitúa a mi lado y puedo notar el chunda-chunda del bacalao a toda pastilla que lleva el menda. Lo miro y me mira. Lo siento nene, yo no compito. Desvío la mirada y espío el semáforo de los peatones. Verde aún. Joder. Un coche rojo que viene de la calle de la izquierda se sitúa en el semáforo de delante de mí. Si lo quiero rebasar tendré que salir antes que el tío del Hyundai y ponerme delante de él. Semáforo de peatones rojo. Cuento hasta dos y salgo disparado.
Intermitente a la derecha, cambio de carril y rebaso al rojo casi antes de que se pueda mover. Ahora viene un tramo de unos 600 metros en bajada sin semáforos ni cruces y con un seto en el centro que hace imposible que los peatones se crucen. Segunda, tercera, cuarta. Ha habido días en los que aquí me he sorprendido a mí mismo a unos 80 por hora… pero últimamente tengo más cuidado, que la cosa está más dura. Al fondo hay una glorieta grande a la que tengo que dar tres cuartos de vuelta. En días secos es una gozada, a pesar de un bache que tiene a los 180º del lugar por la que la tomo.
Tercera. Freno suave. Nadie por la izquierda. Tumbo la moto a la derecha para incorporarme a la glorieta y en seguida a la izquierda.
Hoy le he pillado genial la trazada y el asfalto está seco y limpio. Me inclino un pelín más y me cierro para pasar el bache por el interior. ¡Mierda! están regando el cesped de la rotonda y el agua ha chorreado del aspersor en la zona que sigue al bache. Acaricio el freno delantero y levanto la moto, paso el bache por el exterior, donde el asfalto está más sucio y eludo el agua en lo posible. Se me ha jodido la rotonda una mañana más… joer.
Al norte por la antigua carretera de Valencia. Como a 500 metros hay un semáforo en el que tengo que girar a la derecha. Siempre está en rojo, pero cuando lo pillas en verde es una gozada, la calle que tomas tiene una pequeña cuesta de unos 7 u 8 grados de inclinación que yo llamo para mí “El Sacacorchos de Albacete”. Girar esa esquina cuesta abajo un pelín más rápido de lo normal hace que se me suban los güitos al cuello, pero el semáforo está rojo esta mañana. En fin…
Verde, bajo la cuesta y me dirijo hacia el barrio de “El cerrico de la horca”, el gueto más peligroso de mi ciudad. Aquí me ando con mil ojos. Siempre hay gitanillos correteando por ahí y no quisiera tener un lío con ninguno bajo ninguna circunstancia. Giro a la izquierda -adiós cerrico- por una calle que cubierta de árboles. No sé si es por ellos o por otra cosa pero es una calle con el asfalto siempre muy sucio. Más de una vez me ha culeado la moto al acelerar y ahora me ando con cuidadito en ella. Llego a una rotonda ovalada de cuatro carriles que han construido recientemente y de la que parte la carretera que va al circuito de velocidad, al de verdad. Me incorporo a la rotonda y un Audi A-6 enorme se sitúa a mi lado por la parte de dentro. Intermitente y salgo de la rotonda. El Audi sale conmigo y no me deja incorporarme al carril de la izquierda de la calle que sube hasta la comisaría del policía de “El Puente de Madera”, zona ésta donde en mi memoria nunca ha habido ni río ni puente ni nada, pero que se llama así desde siempre… La calle es una subida recta de unos 500 metros que tiene un parque a la izquierda y unos solares a la derecha. Al final se bifurca, un carril para cada lado y yo he de tomar el de la izquierda, pero el Audi no me deja.
Le meto caña al puño y doy el intermitente a la izquierda. La V aulla en segunda y el cabrón del Audi acelera también. Joder. Meto tercera y pasamos frente a la comisaria a más de 70 por hora, rezo porque no haya ningún policía mirando. Hay cola en espera de incorporarse a la rotonda. El tío del Audi no afloja y la V no puede con semejante monstruo. Me mantengo en el carril de la derecha junto al Audi hasta que tiene que frenar para no tragarse a los que están parados. Entonces voy frenando suavemente y arrimándome a la izquierda paso la fila de coches por la derecha y me cuelo entre ellos y la isleta que bifurca los carriles.
Primera, pero no llego a detenerme que no viene nadie en la rotonda. Doy gas y segunda, abandono la rotonda y continúo bordeando el parque, ya casi llegando a mi destino. Bajo alegremente, llevado aún por la inercia de la carrerita con el Audi y casi olvido los badenes que hay antes del paso de cebra unos 200 metros más abajo. Freno unos instantes y justo antes de pasarlos por encima suelto el freno y me incorporo en las estriberas. Los badenes quedan atrás sin enterarme y yo me detengo en el último semáforo, el que está en la esquina del edificio donde trabajo. Miro por el retrovisor y puedo ver cómo el puto Audi se me sitúa detrás. Lo siento nene, nada de carreritas, que yo me apeo aquí.
Verde. Giro a la derecha y luego me subo a la acera frente a la puerta del parking. Punto muerto, pata de cabra. Me bajo de la moto dejando el motor en marcha, me quito el guante derecho y busco la llave magnética del parkin. Clang. La puerta empieza a deslizarse y me vuelvo a subir a la moto. Me pongo otra vez el guante. Fuera pata. Primera. Paso al fondo del parking y dejo la V bajo el árbol de siempre. Punto muerto, pata de cabra. Dejo que el motor suene al ralentí unos instantes y lo paro. Al punto empiezan a oírse unos crujiditos al enfriarse los escapes que me acompañan mientras me quito el casco y los guantes y los meto en el baúl de la moto.
Mientras camino por el parking hacia la puerta voy cerrando los automáticos del llavero de cuero del que sobresale la cuerda de colores que me regaló Tany. Cuando lo tengo cerrado lo lanzo al aire bien alto y lo recojo al vuelo. La puerta del parking se está cerrando y doy un saltito alegre y torpe para no pasar frente a la célula fotoeléctrica que la haría abrirse de nuevo.
Me siento vivo, me siento bien.
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