La chica entra en la habitación sin llamar y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa ocultando mi incomodidad de estar ahí sentado en tetas (y panza), a mis 46 años, con un tatuaje a medio dibujar sobre mi pecho. El tatuador, un joven de unos 30 años lleno de unos tatuajes que yo no admitiría ni como grafitis en mi barrio, pero que parece que sabe lo que hace, agradece la interrupción. Me ha hecho una pregunta de cortesía mientras trabaja -“¿Y cómo es que usted ha decidido tatuarse?, quiero decir que normalmente no se ven a señores de su edad hacerse un tatuaje por primera vez…”- y se ha quedado sin saber qué decir cuando yo le he endilgado una versión resumida de lo que os voy a contar ahora.

Todo empezó el día 3 de enero de 2007 cuando me morí. Problemas físicos unidos a descuidos médicos me pararon el corazón y se tardó más de media hora en estabilizarme.
Yo no tengo recuerdos ni conciencia de esa media hora. Estaba consciente y de pronto alguien apagó la luz. Emergí como si viniese de un sueño muy dulce y relajado y no fue hasta semanas después que me enteré de toda la historia.
Bien, hasta aquí el origen de todo. El caso es que las semanas posteriores a retomar mi vida normal me ví en manos de un optimismo y una sensación de felicidad maravillosos. “Esto es un regalo”, me repetía a mí mismo una y otra vez. Cada mañana al levantarme, cada abrazo de un amigo, cada viaje con mi moto, cada conversación con mis hijos. Todo era de prestado, todo era un añadido, un regalo que la vida me hacía. Me resultó aterradora, cuando me enteré de lo que me había pasado, la conciencia que me invadió de fragilidad, de “ahora estoy, ahora no”, esa posibilidad de finalizar sin ser consciente de ello dejándome tantas cosas a medio. Ese terror me llevaba a saborear, masticar y recrearme con cada momento en el que la vida me daba un respiro en su intensidad y conseguía hacerme consciente de estar viviendo.
Esto no era una sensación nueva. Ya la había vivido en otras ocasiones, tras experiencias especialmente gratas. Una especie de nube de felicidad me rodeaba un tiempo y luego desaparecía ahogada por la rutina. Pero ahora era distinto, no se trata de la perspectiva placentera que te da una idea nueva, una frase profunda o una convivencia intensa, se trata de la claridad que te da el momento crucial, definitivo. Ese momento ante el cual todo lo demás es ridículo.
Tenía que hacer algo para que no se me olvidase, para recordar siempre esa necesidad de disfrutar la vida, de agradecer lo que tengo y lo que soy, para saborear cada día… Pero ¿qué?
La solución la encontré en una reunión de moteros. Siempre he asistido fascinado a cómo gente de muy poca edad y experiencia se atreve a tatuarse. ¿Cómo saben que eso que les gusta o atrae es para siempre? Me asombra la alegría con la que se comprometen de por vida con el significado de esos dibujos.. y entonces lo vi claro: A mis 46 años yo sí tengo algo que dentro de 30 años quiero seguir sintiendo, yo sí tengo una causa que no quiero que se me olvide nunca y por la que nunca quiero dejar de luchar…
La solución para la rutina y mi mala memoria: Un tatuaje.
También vi claro dónde: en el pecho, donde yo me lo vea y los demás no. Que se trata de un propósito íntimo, no de una ostentación de nada.
Vale, pero ¿qué tatuarme? Ni idea, oiga. Dudé unas cuantas semanas y al final seguía sin idea ninguna, pero sí decidí darme un plazo: antes de fin de año. Antes de cumplir un año de mi nueva vida. Si lo aplazaba más nunca lo haría.
Y pasó el verano, en el que me llevé la fama de viejo verde porque me pasé todo el rato intentando ver qué llevaban tatuado las jovencitas.
Y pasó el otoño y las jovencitas enseñaban mucho menos, pero yo seguía confuso.
Y llegó diciembre y comencé a mirar, desesperado, temas de tatuajes en la red. ¿Animal?¿Vegetal?¿Tribal?¿Motero?¿Gótico? Dios… qué follón. ¿Qué cosa elige uno ponerse para toda la vida?
De esta guisa estaba cuando mi mujer se asomó por encima de mi hombro a la pantalla.
“¿Todavía no lo tienes claro?”
“No”
“Pues tatúate mi nombre”
“Sí, claro, en chino, si te parece”… ¡Un momento! ¿Cómo será el nombre de Consuelo en chino?
Hecha la pertinente investigación vía un cuñado chinófilo y acupuntor que poseo, descubrí que hay variadas formas de escribir “Consuelo” en chino. Unas con varios caracteres y otras con menos. Pero había una con un sólo carácter que me llamó la atención. Es el carácter “Han” o algo así (que escuché su pronunciación y se parece a “jon” pero cantando…). Se traduce algo así como “Paz, tranquilidad, confort, seguridad, consuelo”, y representa una mujer debajo de un tejado bajo el cielo.
El símbolo me pareció precioso. Los que me conocen saben lo que el matrimonio y el hogar importan en mi vida. Parecía diseñado para mí en exclusiva.
Dicho y hecho. Al tatuador.
“Imposible antes de Febrero”
“¡¿Comooorrr?!, Tiene que ser antes de fin de año, valga lo que valga. Es importante. Plis.”
Convencido: El día 24 de diciembre, a las 4 de la tarde.
Y aquí me tenéis. Llevando en un papelito el símbolo impreso directamente de la página web del chino, el que habéis visto más arriba.
El tatuador, continúa su trabajo hablando con su amiga, que se sienta a mi espalda, sin hacer más comentarios sobre la historia que le he contado. Cuando termina y le voy a pagar me rebaja 10 euros “Porque en todos los años que llevo de tatuador nunca nadie me había contado algo así”.

Mirándome al espejo veo que sin decirme nada, ha transformado un poco el diseño “haciéndolo más artístico, que era demasiado mecánico”. No me gustó el detalle, pero sí me gustó el resultado.
El 3 de enero pude celebrar mi nuevo cumpleaños (“1 añito ya”) llevando en mi pecho éste dibujo que, diga lo que diga en chino, cada mañana me dice desde el espejo “¡Vive, cabrón!”.

_