Cierto que llevábamos algo de prisa y que hacía un calor de mil demonios. Cierto que da rabia ir a la gasolinera a echar 10 euros de gasolina antes de que llegue el fin de mes y que la agujita dichosa se mueva lo justito para apagar la luz roja. Y que jode que un menda con un 4×4 del tamaño de Mallorca se coloque a tu lado en el pasillo de los surtidores y tenga la puerta abierta dos minutos impidiéndote colocarte en tu sitio. Y cierto que lo que más te duele es la mirada mezcla de superioridad y desprecio con la que calibra tu Hyundai Accent gl de 10 años de antigüedad y lleno de arañazos y bollitos.
Pero decidme, compañeros maridos que sufrís a vuestras esposas amadas, ¿justifica eso que en el relativo silencio de la gasolinera, cuando sólo se oye el ralentí de algunos coches y el tintinear de las mangueras con la boca de los depósitos se oiga en voz alta, muy alta, el siguiente diálogo?

Surtidor: “Ha elegido usted gasolina sin plomo 95”
Mi mujer: ”¡Ya lo sé, cojones, que la he escogido yo!”

Cabezas de usuarios inclinados en sus depósitos que se vuelven a mirar.
Una ventanilla que se baja unos centímetros y unos ojos asombrados que indagan desde el interior del 4×4.
Colores de gama cálida en mis mejillas mientras mis ojos buscan los suyos esperando… no sé muy bien qué ¿locura?¿venitas rojas? Pero no puedo verle la cara, inclinada hacia el depósito
Ruido de 10 tristes euros de gasolina cayendo y rebotando en un vacío insondable.

Surtidor: “Gracias”
Mi mujer: “¡De nada!”

Después cuelga la manguera, saca su bolso del asiento trasero y se dirige, perfectamente consciente de ser la estrella del momento, la reina de la situación, al mostrador a pagar contoneando sus preciosas caderas mientras agita la melena.
Hay dos ventanillas para cobrar. En la primera dos chicas que estaban discutiendo algo de la caja se han quedado inmóviles durante toda la escena, una de ellas con una mano alzada y olvidada llena de tiques de venta, mirándola con ojos como platos. En la otra un chico alto y fuerte, que acaba de cobrar al del 4×4, también la mira llegar. Mi mujer se acerca a la ventanilla de las muchachas. Las chicas la ven acercarse y giran sus cabezas hacia su compañero, como pidiendo socorro.
“Señora, venga por aquí”, indica muy amable el muchacho. Supongo que es el especialista en enfrentar atracos, borrachos, drogadictos y mujeres de mediana edad que hablan con surtidores en mañanas calurosas.
“Sí, los diez euros del verde” especifica mi mujer innecesariamente, como si no fuese consciente de que el problema de todos ellos más que saber cuál era su coche, era poder olvidarlo algún día.
De como continúa el diálogo entre ellos no soy consciente, pues en este momento el menda del 4×4 se acerca a su coche mirándome a mí en el asiento del pasajero. Hay un deje de lástima y fascinación en sus ojos, como intentando evaluar de qué pasta está hecho el hombre que vive junto a una mujer así. Llega a su coche, abre la puerta con un cuidado exquisito para no rozar nuestro coche, -“No quiere problemas con la loca”, pienso para mí.- y antes de trepar al asiento lanza una mirada indescifrable a su mujer, que espera en el asiento del pasajero y cuyos ojitos asombrados no han perdido ni un detalle de la escena.
La dueña de mis días se sube otra vez al coche. La miro y veo brillar un puntito de diversión malvada en sus ojos.
-”Cariño, creo que es mejor que a partir de ahora no hables con los surtidores de gasolina. Ni con ningún otro objeto. Al menos en publico”
Ella sonríe para sí mientras gira la llave de contacto. Me mira, agita el pelo para apartárselo de los ojos y, sin mirar a su alrededor sale disparada mientras resume la situación en tres palabras
-”¡Que se jodan!”