Al amanecer el autobús inspira y expira gente por toda la ciudad, implacable.
Mecido por los frenos, medio dormido, sólo escucho mi propio silencio rodeado de silencios rodeados de ruidos. Llevo el café aún en la boca, el sueño aún en los ojos y tu piel aún en la palma de las manos haciéndome cosquillas.
Al anochecer el autobús sube la cuesta rugiendo, desafiando la muerte del día, rodeado de coches como un viejo lobo corriendo acosado entre perros de caza. Colgado de la barra, maldiciendo los balanceos de los frenazos, acecho impaciente la llegada de la parada de tu casa.
Te traigo mi día para tu juicio, cansancio para tu cama, mis manos para tu piel y mi boca para comerte mejor.