Hasta Cuenca y más allá todo fué maravilloso, pero luego cayó la noche…

Salimos de Albarracín, cuando ya es noche cerrada. Hemos tenido problemas para llegar a Albarracín. Unos cuarenta o cincuenta kilómetros atrás, coincidiendo con la caída de la tarde, comenzamos a recibir nuestro “bautizo de hielo” la mayoría de nosotros, salvo Taza, claro. Yo he podido notar cómo el ABS de la moto entraba en funcionamiento más de una vez con sólo rozar el freno. Ha habido derrapadas y cruces de motos, como el de Mikli y otros dos -creo, que yo no lo vi personalmente- a la entrada del túnel de Albarracín.
En esta preciosa ciudad, cuya belleza no tenemos tiempo ni ganas de apreciar, hemos repostado y tenido un pequeño “briefing” sobre qué ruta seguir. El hielo nos ha hecho perder mucho tiempo sobre lo previsto y el hotel parece descorazonadoramente lejano. Hemos sopesado las diferentes alternativas, desde quedarnos a dormir en Albarracín hasta volver a Cuenca vía Teruel y reiniciar la ruta por otras carreteras y al final hemos decidido tomar un atajo por una carretera de tercer orden que nos acortará la ruta unos 80 kilómetros. Creemos que nos esperan unos 70 kilómetros de arrastrarnos lentamente por el hielo y el frío, pero estamos dispuestos a realizarlos con cuidado y sin prisas.
La realidad fue mucho peor. La carretera secundaria que constituía el atajo no había sido limpiada por los quitanieves y estaba impracticable, pero para cuando lo descubrimos, ya era tarde para hacer otra cosa que seguir por la ruta inicial prevista, es decir 150 kilómetros con ese mismo hielo, frío y nieve.
Seguimos y seguimos, nos internamos más aún en la sierra con el frío aumentando a medida que se sumaban horas de oscuridad. Atravesamos varios pueblos y todo parece ir bien. No ha habido caídas, sólo sustitos. Finalmente llegamos a Noguera de Albarracín, un pueblo no muy grande, pero es el primero en que, curiosamente, no parecen haber retirado la nieve de las calles.
El pavimento está cubierto de nieve sucia y pisoteada que tiene el aspecto y la textura de un barro resbaladizo. Delante de mí va Joserra con su BMW. Le dejo espacio suficiente, que ya me ha enseñado el ABS al precio de una casi-colisión con Banditdo, que cuando hay hielo, si el de delante para o frena, es muy peligroso tocar el freno delantero y bastante inútil tocar el trasero. La calle hace un giro de 90 grados descendiendo en una ligera pendiente. Puedo ver como Joserra clava los pies en el suelo y toca el freno. La moto no se le para y parece incapaz de girar esos 90 grados. Finalmente se hace con la moto y gira la esquina. Yo no tengo especiales problemas para girar ahí, pero la fila de motos se ha detenido. Paro, alzo la mirada y puedo ver una moto, no sé de quién, unos 20 metros más adelante caída sobre el lado derecho con su conductor, con la pierna atrapada debajo, incapaz de levantarse.
Como ocurre en esos momentos todo parece acelerarse y una torpeza inexplicable parece apoderarse de mí. Quiero dejar la moto y salir corriendo a auxiliar a mi compañero, pero tengo la marcha metida y el motor en marcha. No quiero perder el tiempo buscando el punto muerto y bajo la pata de cabra para que se pare el motor. Quito el contacto a la moto, bajo y salgo corriendo hacia el caído. Mejor dicho, intento correr pero dado el estado del pavimento me tengo que limitar a andar con cuidado, que aquello es una pista de patinaje.
¡Joder! Es Impronunciable. “Mi” Impro, que sigue atrapado bajo la Bandida. Aún estoy a diez metros de él cuando otros compañeros ya le han quitado la moto de encima. Pero él no se levanta.
-¿Estás bien? -oigo que le preguntan.
No responde, parece aturdido. Al cabo de unos segundos dice algo, pero nadie lo entiende. Sigue con la pierna derecha extendida frente a él, como si no la pudiese mover.
-¿Estas bien? –repito yo al llegar a su lado. Alza la cabeza y me mira. Creo entender que dice “Sí, no es nada”, pero no estoy seguro. Con el casco puesto y las dos bragas cubriéndome las orejas no oigo muy bien. Sin embargo no se levanta, sigue con la pierna extendida.
Dos compañeros lo toman de los brazos y lo levantan. Estoy a punto de decir “No lo mováis”, pero me muerdo la lengua. Él no se queja y finalmente queda en pie sobre la nieve.
-¿Estas bien?, repito como un idiota por tercera vez.
Esta vez ya no parece aturdido. Tiene la vista fija en su bandida, evaluando el daño, pero responde muy claro “Sí, muy bien”.
-¿Seguro? ¿No te has hecho daño en la pierna?- le pregunta alguien.
Entonces Impro, con esa cachaza mitad timidez mitad humor ácido que apreciamos, y amamos, los que lo conocemos, dice “¡Joder! Que sí”. Y se pone a bailar claqué en medio del hielo.
Siento un alivio inmenso. Sólo ha sido un susto. El primer susto real de la noche, la primera caída. Ojalá y sea la única.
Tras comprobar que los daños se reducen a un intermitente roto y que la moto arranca perfectamente, continuamos ruta.
La carretera está mucho más limpia de nieve y hielo que el pueblo, seguimos sin mayores problemas. Pero cada vez hace más frío y la nieve, que durante el día se ha derretido, se está volviendo a congelar. A estas alturas ya no me asusta tanto el hielo. Hemos pasado por innumerables placas y he podido familiarizarme con el comportamiento de la moto sobre el hielo. Sé hasta dónde puedo tocar el freno y a qué velocidad puedo enfrentar las placas. Sé cuánta distancia tengo que dejar sobre el que me precede y me siento capaz de seguir así lo que haga falta.
Pero nada de lo que hemos vivido hasta ahora nos ha preparado para lo que nos espera en Orihuela del Tremedal…