Esta semana de hoteles solitarios y rostros indiferentes me colocan en un estado de ánimo propicio para este «blog de la melancolía». Je.
Aquí tenéis otro microrelato… sólo aclarar que NO es autobiográfico, gracias a dios… jeje

Se titula «Mientras me sonríes«.

Un tiempo hubo, sabes, en que vivimos alertas. En que cada día era un día, cada hora una hora saboreada, recibida con las manos y las caras bien altas, juntos y sonrientes.
Hubo un tiempo, amor mío, en que tu voz resonaba sobre cuanto era importante. Tiempo de niños pequeños riendo por nuestra casa, de botas de fieltro, de pañal, biberón y pijama… y luego de roncas voces de adolescentes en las habitaciones desordenadas.
Hombres trajeron los años. Desaparecieron aquellos niños ¿Fue entonces, amor, cuando comenzó a crecer la escarcha, cuando los chuzos y las placas de hielo se instalaron en nuestra piel, en los resquicios de nuestra cama? ¿O fue después, cuando el silencio sustituyó aquellas voces y el vacío paseaba por las vacías camas?
Como dos lobos enjaulados nos movemos por la casa, mostrándonos los dientes, afilando nuestras garras. Y ahora, de momento, tienes conciencia de momento, de ahora o nunca, de prisa por dejar la calma, la tensa y odiosa calma. Y ahora que te vas, dices que nunca hubo nada, que todo fue mentira que la única verdad siempre fueron el diente, el gruñido y la escarcha.

Quizá tengas razón. Quizá yo soñaba mientras en tu interior se acumulaba la rabia a mis espaldas.
Pero deja que te diga una cosa antes de cerrar esa puerta y dejarme aquí solo, mostrándole los dientes y las garras a los espejos: Quemaría el sol por volver a verte jugando en el suelo con los niños mientras me sonríes…